sábado, 24 de febrero de 2024

AGUA DE AZAHARES O DE COLONIA

[Pensando en Yulia de Los Cuxtepeques].

¡Oh confirmación infantil la mía! He dicho para mis adentros desde hace poco. E igual he cavilado sobre los textos de las etiquetas de un perfume que por tradición familiar he usado toda la vida, desde que tengo memoria. Ello, tras observar por primera vez, apoyado en una lupa, las letras pequeñinas indescifrables de detrás del pomo. Me refiero al agua de azahares o agua de Colonia de la marca Sanborns, cuyo frasco, desde mis cuatro o cinco años, recuerdo “alzado”, lejos de mis manos, sobre el tocadorcito de mi madre (en verdad una repisa con gaveta y botón nacarado), sobrepuesta al muro del único “cuarto” que tenía la casa del tío Jordán Coutiño, domicilio que habitamos hasta el sesenta y ocho o el sesenta y nueve.

Pero ¿qué pasa? o ¿qué pasó respecto del agua de Colonia? Que un buen día, estudiando el segundo o tercer año de Primaria, la madre Salud ―así se llamaba nuestra profesora, religiosa, monja y “operaria” de la Congregación de la Sagrada Familia― preguntó al grupo:

―¿Alguien conoce o tiene en su casa, una botella de agua de Colonia, una ampolleta pequeña o mediana de cristal transparente, tapa y etiqueta verdes?

Se hizo el silencio. Nadie respondió a sor Salud, sino hasta que insistió algo más:

―¿Nadie la conoce?, ¿nadie conoce el perfume de olor a azahares?... ¡No lo puedo creer! ¿Sus mamás no usan este perfume?

Y fue entonces cuando al unísono respondimos varios. Nena, Paty, Sandra, Rocío, Socorro e incluso Joel, nuestro demonio amigo. Expresamos que sí, cómo no. Que nuestras madres la usaban. Que se lo ponían detrás de las orejas, en el cuello y las muñecas, y que… incluso doña Arabela, mamá de Joel, tenía “una su botellona”. Un frasco grande. 

©𝘍𝘳𝘦𝘴𝘲𝘶𝘦𝘤𝘪𝘵𝘢 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘦𝘯 𝘭𝘰𝘴 𝘢ñ𝘰𝘴 60.. Tuxtla Gutiérrez (2015).

Continuó la maestra su clase, y ahí aprendí que el agua de Colonia, aunque era transparente al igual que el agua del pozo o del río, ella tenía alcohol, olor o aroma y además sabor, aunque no era “ingerible”. Que no era agua cristalina y mucho menos potable. Que era un perfume “fragante y suave”. Que Colonia era una ciudad de Europa. Que allá se había inventado el perfume. Que esta agua de Colonia se fabricaba en la ciudad de México, “capital de la República Mexicana”. Que ésta en particular tenía el nombre o la “marca” Sanborns y… por sobre todas las cosas, aprendí que el perfume se elaboraba con agua, alcohol y “esencias o extractos” de las flores de las naranjas, “casi idénticas a las de la lima y el limón”.

 ―¿Si las conocen, verdad, o no? ―Inquirió la madre Salud desde su mesita. 

―Siii. ―Gritamos todos, al mismo tiempo.

―¡En nuestro rancho hay un palo de lima de chichita! ―Gritó Marco Antonio, y todos reímos por su ocurrencia. No cabíamos de gusto en nuestros mesabancos.

Y bien. Me creí todo eso entonces, desde hace cuarenta y seis años. Luego, ahí mismo en Los Cuxtepeques, supe que algunas familias usaban la Colonia como remedio. Que se la ponían en las sienes cuando sentían dolor de cabeza, y que empapaban algodones con su fragancia, para ponérselo en las narices a quien sentía váguidos o de plano se desmayaba. 

Ya durante la Universidad fue que leí, vi o escuché, que Sanborns, la marca mexicana bien conocida, apoyaba la agricultura orgánica de los campesinos veracruzanos dedicados al cultivo de la naranja. Aunque no para producir frutas, sino para aprovechar las flores de azahar, con cuyas esencias se fabricaba el agua de Colonia. Fue en ese tiempo y por tal razón, que afirmé mi costumbre de usarla, regularmente por las mañanas y luego de mi baño por la noche, hasta que… recién por primera vez, como he escrito, me di a la tarea de descifrar las letrillas de detrás de la etiqueta frontal. Tomé la lupa y confirmé orondo: 

“Agua de Colonia Clásica fragante y refrescante con aguas de Colonia Sanborns, a través de la organización ISPININI STAKAU, A. C. contribuye con los agricultores de las flores relacionadas con el agua de Colonia, [a] la innovación y puesta en marcha de proyectos productivos enfocados a la reducción de las causas de [la] pobreza y a la autosuficiencia alimentaria. Esta organización opera en el estado de Veracruz. Ingredientes: alcohol, agua, fragancia, pentadecalactona. Precauciones: no se aplique en la piel irritada o lastimada. Suspenda su uso en caso de presentar irritación, enrojecimiento o alguna molestia. No se deje al alcance de los niños”.

De modo que hasta hoy, por fin, confirmo varias cosas: 1. Lo que supe de mi colonia Sanborns sobre los cultivadores de azahares, a finales de los setenta. 2. La clase de aquella monjita elocuente respecto de que el agua no era potable por ser entubada, sino por reunir tres condiciones: ser incolora o no presentar turbiedad alguna, ser inodora o no tener ningún olor y, ser insípida, o no tener “absolutamente” ningún sabor, y 3. Que la definición de agua de Colonia que en esa ocasión nos leyó, es aún muy cercana a la de mi viejo Pequeño Larousse Ilustrado:

“Sustancia líquida que se obtiene por infusión, destilación u otro procedimiento de una sustancia vegetal, como hojas, flores, frutos o cortezas de ciertas plantas. [Pero también] ‘agua de rosas’, agua de Colonia, o agua de olor: sustancia líquida elaborada con agua, alcohol y esencias de flores o frutas que se utiliza como perfume; su fórmula puede ser muy variada dependiendo del tipo de esencia que se utilice, o del grado alcohólico, que puede variar entre ochenta y noventa por ciento.

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