sábado, 9 de marzo de 2024

EL CRIMEN DE LA MONTAÑA

Ibrahim avanzó tras ella justo sobre el filo de la montaña, a pesar del renqueo de una de sus piernas. Por ello, aunque corría, le dio alcance después del álamo, un poco antes de la cascada. No tuvo el valor de verla a los ojos; menos reclamar su decisión. Tomó impulso y la empujó a lo profundo de la barranca, por donde corre el río.

En sus sueños, sin embargo, una y otra vez, Miriam aparecía montada en el unicornio de plata, negras pezuñas, crines y hocico relucientes. Ibrahim iba junto a ella, trotando sobre un rocín escarlata, al tiempo que percutía su tambor infantil de colores. Pasaron por el álamo, se encaminaron a la montaña, recorrieron el camino de las rocas y oquedades, atravesaron el bosque de robles y madroños. Luego encontraron la salida del torrente, casi al final de la encañada.

Justo ahí, chavales ambos, como durante los primeros años de su vecindad, templo y colegio, espantados la vieron, desencajada y muerta. Arrastrada por la corriente, veían su vestido enfangado y roto, su tez pálida y su boca sanguinolenta. 

© Amor de muertosTuxtla Gutiérrez, Chiapas.

Gimiendo y a pesar de todo, Ibrahim regresó a su casa, a la ranchería, al encuentro de los caminos. ¿Qué te pasa, hijo?, inquirió su abuela, en cuanto pasó del patio al corredor. ¿Por qué todo enlodado, a medio día, y llorando? ¿Vienes borracho? No, mamá, respondió casi a gritos. No lloro. Lo que pasa es que Lucrecia está embarazada y ahora quiere que la traiga a casa o la lleve a la ciudad.

Pasó a la sala, abrió la alacena del pasillo y tomó lo que tuvo a la mano: una botella de Madero Cinco Equis. Rompió el sello y se la fue bebiendo. Se encerró en su habitación, garabateó por largo rato sobre el escritorio, bebió y bebió. Luego, como pudo, trastabillando prendió fuego al papel emborronado junto al cubo de la basura. Y así se durmió, profundamente, borracho y enfebrecido.

Prolongó largo tiempo ese estado, hasta que una tarde… Ibrahim volvió en sí mismo o se sustrajo del sueño. Él no era el niño del potrillo granate y Miriam no estaba a su lado. En vez del estrépito del tambor de hojalata, escuchaba el golpeteo insistente de una pistola. Era un revólver desprovisto de balas, el mismo que amartillaba junto a su oreja y el maxilar derecho. Fue ahí que descubrió su terrible perversidad: la muerte de Miriam, la novia embarazada, su grito inútil cayendo, cayendo, rumbo a la muerte, contra las rocas, sobre la espuma del río y su rumor.

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3 comentarios:

REVISTA GATICA NOTICIAS dijo...

MUy boito cuento, intriga, entretiene, agrada. saludos chapines. Siga escribiendo

Anónimo dijo...

Gracias compadre Toño Cruz por compartir tus crónicas...me gustó la del Aguaje... abrazos 🤗

Antonio Cruz Coutiño dijo...

Gran estima para con ustedes queridos compañeros