lunes, 11 de diciembre de 2023

LEYENDA DEL AGUAJE DEL ZAPOTAL

El Aguaje es en Tuxtla Gutiérrez, el sitio más hermoso hasta hoy construido por manos humanas con el beneplácito y asistencia de Natura. El Aguaje se encuentra entre el Zoológico de don Miguel Álvarez del Toro ―antiguo bosque del Zapotal―, el Museo de Ciencias y la ribera de Cerro Hueco; justo en el centro de la pequeña sección El Zapotal dentro del ejido Madero. Se trata de un pequeño jardín, provisto de los elementos naturales fundadores por excelencia: agua a bendición y clima agradable y fresco.

Está rodeado por las casas ordinarias de los vecinos, asentado sobre la pendiente nororiental de la Mesa de Copoya, montaña coronada al Occidente, como todos saben, por la eminencia del Mactumatzá. Así que, desde acá, desde la Madero y El Zapotal, se observa cómo la Mesa tiene tres elevaciones: la de la izquierda (falta), la del centro propiamente Cerro Hueco y la de la derecha (falta).

Al lado izquierdo del primero se encuentra el predio La Arenera, antiguamente de don Jorge Gómez, que concluye en la pequeña cascada del Desfiladero. Entre este cerro y el segundo (Cerro Hueco) está La Hondonada, abra debajo de la cual se encuentra la cueva, la salida del arroyo subterráneo de Cerro Hueco, y la laguna homónima. Sobre esta altura se ubica el predio La Roblada, de antiguo propiedad de don Ángel… y más allá hacia el Suroeste se llega al ejido El Jobo. Igual que hacia el Suroriente, el camino abrupto, junto a La Hondonada, conduce a San Miguel, Piedra Santa y San Joaquín, tierras del ejido Madero.

Así que el predio El Aguaje está aquí, en las inmediaciones del antiguo bosque del Zapotal, y sobre su esquina más alta nuestra casa: simple construcción de ladrillos, vigas de madera y tejas de barro; refugio y residencia, retiro y burbuja de confort, biblioteca y centro de trabajo, relax para amigos y conocidos, mirador de la ciudad, vacío de celulares, punto final de caminos, morada de cenzontles y chachalacas. Todo a la vez.

© La tía Gume del Aguaje, de JG Coutiño Monzón.

Leyenda de Tía Gume

Y dicen, cuentan los más viejos, que hasta antes de la creación del ejido Madero, en El Aguaje sucedían cosas. Y que es probable, aunque nosotros lo neguemos, que haya espantos, o almas en pena como la de Tía Gumersinda. A ella se refieren cuando hablan de la ancianita, toda cubierta de blanco encanecidos sus cabellos, enteros sus dientes, quien dos veces a la semana lavaba dentro del reborde del manantial que todos conocemos. Llevaba la ropa de su familia, tendía sus prendas sobre un empedrado para blanquearlas al sol, conversaba con los pececitos del ojo de agua; con las iguanas y garrobos que se asoleaban en las rocas cercanas, sobre las espinas de los árboles de coyol. Con las torcazas, cenzontles, urracas y chinitas que la acompañaban.

Los campesinos que a caballo o en burro, a pie o en carretas, venían de Tuxtla o de San Juan Sabinito, y subían o bajaban de Cerro Hueco, La Roblada, San Joaquín y El Jobo, siempre la veían ahí. Siempre junto al arroyuelo que escurría del aguaje, sobre todo a su regreso por la tarde, entre las dos y las tres, la hora del mayor silencio. Pero cuentan que un buen día doña Gumersinda se murió por su edad. Abandonó El Aguaje y su lavadero, se entristecieron los animalitos y las plantas del sitio, aunque justo a la vuelta del año volvió.

Ella vivía en la última casa de corredores y pretiles, abierta a la mirada de todos, sobre el antiguo camino que de Tuxtla venía a Cerro Hueco. A doscientas brazadas o trescientos metros. Hubo novena de rosarios en su casa, manteado y hojas frescas, espadañas y bancas en el patio, rezos y responsos, tamales y cigarros, trago y chocolate. Con el tiempo todos se olvidaron de Tía Gume. Nadie celebró a la temporada siguiente su cabo-de-año. Pero bien recuerdan los más viejos del ejido Madero los agricultores de este lado y del otro, los de La Planada y San Joaquín―, que fue en esas fechas cuando la doña, nuestra mujer de blanco, retornó a su lavadero, a conversar, a instruir a su fauna compañía y a servir de alivio a los caminantes.

Fraccionamiento y desolación

Cuentan que, a partir de ahí, todos los lunes y jueves, igual que antes en vida, Tía Gume, la viejecita de blanco, fue infalible: siempre la veían lava y lava; oreaba sus trapos al sol, mantenía conversación con los pececitos y pájaros, e incluso recuerdan que llamaba a los transeúntes para que no olvidaran surtir sus tecomates y botellones.

Al despedirse de ella, a todos les echaba la bendición con sus dedos en cruz, extendiendo la mano izquierda. Y fue así como Tía Gume siguió en la memoria del bosque del Zapotal, San Juan Sabinito y Cerro Hueco, hasta que otra vez ocurrió un suceso inesperado: uno de los campesinos del rumbo, ahora convertidos en ejidatarios, decidió que las inmediaciones del Aguaje a lo sumo cuatro hectáreas, camino de por medio bien valían convertirse en tierras de cultivo.

Tiró los chicozapotes originales, coyoles, cedros, camarones, aguacatillos y sauces, y todo se acabó. El camino de bestias y carretas siguió en su lugar junto al Zapotal y El Aguaje. Los ejidatarios de ida o vuelta, siguieron por algún tiempo surtiendo ahí sus pumpos de agua. El arroyito que surgía del venero muy pronto se secó, desapareció el chintular de arriba (en donde hoy se encuentra el estacionamiento del zoológico), lo mismo que el humedal de abajo, en donde la calle, el mangal, el potrero, la alberca del médico Müench Navarro y el actual albergue de las Salesianas desamparadas.

Y para no aburrir… aunque la parcela se convirtió en una verdadera mesa de billar buena para algunas milpas, frijoles y patashetes de temporal, ante la falta de hierbas y árboles, el manantial se fue achicando; cada vez menos y menos agua, hasta que desaparecieron los pescaditos, las escasas tortugas, y así llegaron los años setenta.

El comisariado ejidal obsequió y vendió a medias al gobierno del Estado, el predio arbolado y antigua zona de recreo y caminatas del Zapotal. Luego lotificaron toda la zona en solares ejidales de cincuenta por cincuenta metros. Siguió la venta y reventa, el fraccionamiento de los lotes, y la construcción de casas precarias. Todo desolado sí, y así encontramos el lugar hace veintiocho años, justo en 1994.

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