lunes, 27 de noviembre de 2023

MEMORIA Y CRÓNICA, TESTIMONIOS DE LA VIDA CONTEMPORÁNEA

A Víctor Manuel Esponda Jimeno. In memoriam.


La oralidad implícita en el soliloquio, en el discurso y en la conversación sólo es posible sobre la base de la experiencia previa y el ejercicio de recordación sobre ella. Esto es, la rememoración, el trabajo que la inteligencia desarrolla para llegar, penetrar e incluso hurgar en la memoria y sus registros; husmear en los archivos de la memoria. Del mismo modo, la crónica y su redacción sólo es posible si se posee la habilidad escritural, si se cuenta con la vivencia que desea escribirse y con las capacidades intelectuales para acceder a la memoria, al recuerdo de esa experiencia apenas transcurrida, o bien, ocurrida años, muchos años atrás.

Esto es, la memoria se erige en el puente intelectual por excelencia, entre
la observación, la acción y la experiencia, por una parte, y por la otra, la recordación, la simple expresión oral, y el registro de esa experiencia por medios escritos.

La memoria, los ejercicios mnemotécnicos que nos llevan al recuerdo, a su expresión oral y a su impresión o registro gráfico, a través de la remembranza y la crónica, por ejemplo, entre otros géneros escriturales, es el recurso testimonial por excelencia de los individuos en particular, ayer y hoy. También de las sociedades diversas: elementales o sofisticadas, antiguas o contemporáneas. Recurso que nos permite volver al pasado, volver a la vida anterior, a las vivencias y a los sucesos remotos, a los eventos transcurridos.  

Y así ocurre y ha ocurrido en todas las civilizaciones del orbe, a lo largo de la historia; en China y Japón, en Asia en su conjunto, en el valle del Indo, en Mesopotamia, en Persia, Egipto y Grecia, en el imperio romano y en general en el mundo occidental. En donde la memoria, en tanto que recordación y expresión oral, desde su origen ha preservado los conocimientos producidos por los pueblos, sus tradiciones, sus costumbres y sobre ellas las creencias que han construido. Continuidad que se observa en el momento en que las sociedades inventan diversas tecnologías para efectuar registros gráficos, posteriormente signos y códigos para escriturar la palabra. Tecnologías con que registran eventos originalmente conservados en la memoria individual y colectiva.

La memoria y la oralidad, asimismo, desde su origen, anuncian, dan fe, hacen constar y ofrecen testimonios de lo ocurrido tiempo atrás; experiencias, hechos, sucesos, negocios, descubrimientos, etcétera. Función que se confirma y refuerza en el momento en que los recuerdos expresados a través de la oralidad, son trasladados a verdaderos soportes físicos—piedra, barro, madera, piel, papel, metal— por mediación de la escritura. Tal como se confirma en el ámbito occidental con los primeros textos alfabéticos inventados por las civilizaciones siria, fenicia y griega, en el transcurso del siglo XI aNE.
Y de manera aún más evidente esto se observa en los llamados poemas homéricos de la Grecia antigua —nos referimos a la Odisea y a la Ilíada—, escrituración primigenia de las viejas historias épicas de los pueblos griegos que se conservan oralmente, mediante frases fijas y versos exámetros, al igual que en los Nueve libros de la historia del también griego Heródoto de Halicarnaso (484-425 aNE), padre de la crónica y de la historia.

Testimonialidad de la memoria que refiere el valor testimonial de lo que se atestigua o testifica, o de lo que se ofrece testimonio, en tanto que testigo inmediato e íntimo de lo que ocurre en un momento determinado, origen semántico del vocablo.

De modo que la testimonialidad de la oralidad y de la palabra se ve en cierto modo, reforzada por la escritura, aunque también, desde otra perspectiva, es trasladada a ella, a la escritura, como en el caso de las narraciones citadas, asociadas a las tradiciones egipcias, conocidas por el propio Heródoto de manera directa, o las guerras acaecidas entre persas y egipcios, descritas ahí, con base en las narraciones de sus informantes.

Y es que, lo que sabemos de la Grecia antigua, de sus innovaciones sociopolíticas y militares, de sus conocimientos académicos, de su mitología y de su historia, se debe precisamente al valor testimonial de la oralidad, de la palabra misma y su escrituración, del mismo modo como ocurre con Roma, su República y el Imperio Romano, en donde los llamados historiadores —Polibio, Plutarco, Salustio, Tito Livio, Cornelio, Suetonio y el propio Julio César— narran el devenir de la república, sus conquistas, el imperio y los emperadores, con base en su propia memoria, aunque también en la rememoración de otros informantes, antecesores y contemporáneos.

Deviene la obscuridad medieval entre los siglos IV y VI, y los nuevos pequeños estados en Europa, el surgimiento de los juglares y los cantores de gesta, y las caravanas de comerciantes de largas distancias y sus crónicas. Aquellas que despiertan la imaginación y el deseo por lo desconocido, entre ellas las del veneciano Marco Polo, el mercader, viajero y diplomático de Europa y Asia de finales del siglo XIII. Viene luego el Renacimiento y el redescubrimiento del mundo a partir del siglo XV y, junto con el reparto del orbe, ahora sí, llegan los tiempos dorados e inmejorables de la remembranza, la crónica y los cronistas, quienes dan cuenta de descubrimientos, viajes interoceánicos, conquistas, nuevas geografías, tierras, recursos, riquezas, pueblos, culturas…   
Y es en ese momento y a partir de ahí, que la crónica, las cartas de relación, el documento escrito, en una palabra: el libro reproducido por miles, que se convierte en sí mismo en el testimonio, en la evidencia de lo que es, de lo que existe, de lo que se posee, de la propiedad, de la sucesión y hasta acerca de cómo funcionan las naturalezas nuevas; botánicas, fáunicas y humanas. En otras palabras: se sitúa a la crónica y a la evidencia escritural, testimonial, antes que a la figura del propio cronista. Y ahí están primero las crónicas de Indias, luego en particular las crónicas Novohispanas y de Centroamérica, siglos XVI y XVII, e inmediatamente después los viajeros europeos, las expediciones científicas, los llamados “americanistas” y sus crónicas de viajes de finales del XVIII y todo el siglo XIX.

Punto en donde conecta con esta historia, la riqueza de las experiencias, conocimientos, tradiciones, artes y religiones nuestras, mesoamericanas, aquellas que aún persisten, aunque disminuidas y fragmentadas por efecto de las políticas de los estados imperiales. A pesar de haber decidido Europa su destrucción, desde los tiempos de su implantación colonial. Nos referimos al caudal de conocimientos que desde tiempo inmemorial se transmite oralmente; a las obras de arte expresivas, comunicacionales, derretidas o destruidas; a la mayor parte de los códices antiguos calcinados, y a los extremadamente escasos textos mesoamericanos coloniales, que nos quedaron, entre ellos señaladamente el Popol Vuh, tesoro de los mayas ancestrales.   

Códices y textos escriturales, mediante los que, nativos instruidos aprovechan la grafía latina o española para registrar en lengua propia, sus mitos, su cosmovisión, sus costumbres. Todas transmitidas oralmente, como parte de la memoria colectiva. Testimonio fiel de lo construido intelectualmente por todos a través de generaciones. Exactamente del mismo modo como ocurre en todas las sociedades ágrafas del mundo, cuando ellas se abren a la escrituración formal de sus primeras historias harmónicas, integrales: China, Oriente Extremo, Medio Oriente, Grecia, Europa.


Finalmente, estas líneas, referencias, en el ámbito en el que nos encontramos (la crónica contemporánea, el registro escritural de la vida cotidiana, y los cronistas de carne y hueso), han de servir para identificar la testimonialidad como valor supremo del quehacer cronístico, escritural e histórico. Testimonio garantizado de principio a fin por la memoria. Por sus registros y propios mecanismos de ponderación, selección y depósito. Sucesos, acciones o eventos que, traducidos como experiencias humanas, son registradas fielmente por la memoria, salvo patologías, perturbaciones o daños bien estudiados por la medicina y la psicología.

A nosotros —e igual al ámbito de los estudiosos de las Ciencias Sociales en general— corresponde entender que esta fidelidad testimonial es propia de la memoria humana; que ella, total, absolutamente, se comunica a la expresión oral, tras aquellos ejercicios mnemotécnicos que implican alusión, evocación e incluso invocación de algo; diálogo, por ejemplo, pero también esfuerzo de recordación, acciones intelectuales todas que concebimos como rememoración o trabajo de memoria.

Entender y asumir que el valor testimonial de las crónicas y remembranzas, así sean (a) las escritas por los actores directos, personajes propios del evento o de la historia, o por (b) los observadores obstinados y casuales, testigos de las mismas, o (c) las escritas por testigos indirectos, esto es, por mediación de los recuerdos y las entrevistas que se hacen a otros, todo ello radica en la fidelidad testimonial de la memoria. De modo que en ella descansa el valor testimonial de estas tres narrativas asociadas a la crónica.    

Testimonio inscrito primero en los registros de la memoria, que luego se reproducen y expresan en la recordación o en el recuerdo propiamente, comunicado en seguida a través de la oralidad. Por ejemplo, en la oralidad de la entrevista testimonial que ofrece el viejo soldado de la última gesta revolucionaria de la región, al cronista del pueblo en donde aún se aferra a la vida.

Aunque, claro, también habría de considerarse y en primerísimo orden, la deposición del propio cronista, actor y testigo de los hechos que pretenden relatarse, como en el caso de las crónicas periodísticas, o en el de las crónicas de la vida cotidiana, propias de los cronistas. Y en las remembranzas que se escriben a partir de recuerdos lejanos, recuerdos de nuestra infancia o adolescencia.

E insistimos en la cadena: 1. Acción social y experiencia, 2. Inteligencia capaz de trasladar esos datos a la memoria, 3. Memoria humana que registra a tono con esquemas propios, 4. Esquemas que garantizan inviolabilidad del dato y fidelidad testimonial, 5. Trabajo de memoria que implica evocación y rememoración, 6. Dicción o expresión oral del recuerdo y, finalmente, 7. Proceso de escrituración de lo que se recuerda, labor propiamente del cronista.

Conclusión: la memoria humana es en sí misma testimonial. Los datos que registra son exactamente los mismos que produce o expresa en el momento de la recordación. De modo que la expresión oral, su escrituración y los diversos tipos de crónica resultantes, son en esencia testimoniales. Muestras fehacientes, irrefutables, de la vida cotidiana contemporánea. Información, noticias, referencias, datos duros. Fuente de información sólida para la historia, los estudios históricos y sus consecuentes.

En palabras diáfanas: no pidamos peras al olmo. Ni historia a la crónica, ni narraciones literarias a su forma particular de escrituración. Que la historia, la historiografía y los historiadores responden a la ciencia y a los métodos de la historia, a la investigación científico-social, a la academia. Ámbito en el que la historia toma como fuentes fundamentales, es cierto, los datos y relatos aportados por la crónica, y junto con ésta, los provenientes de remembranzas, semblanzas biográficas e incluso biografías formales, textos autobiográficos e historias de vida, lo mismo que información proveniente de estadísticas y documentos de archivo (informes, reportes, documentos oficiales), igual que datos aportados por la arqueología y los estudios del paisaje.

La crónica entonces, es fuente fundamental de la historia, aunque esta no se reduce a aquella.

La crónica, al igual que las entrevistas testimoniales y las historias de vida, al ser recientes, actuales, contemporáneas, podrían ser consideradas fuentes orales para la historia. Del mismo modo que si fuesen antiguas, habrían de tomarse como fuentes documentales, aunque, ni a unas ni a otras se reduce la historia, pues las historias no se construyen exclusivamente con éstas o con aquellas, sino con ambas, ineludiblemente. Con fuentes orales, fuentes documentales y archivísticas, y en algunos casos con fuentes arqueológicas.

Las crónicas, ayer y hoy, las antiguas y las que redactamos ahora, las del tiempo histórico y las contemporáneas, son una y la misma. A pesar de su regusto literario y de su escrituración narrativa cada vez más cuidada, no dejan de ser sino relatos o relaciones testimoniales de hechos, acciones, vivencias y experiencias; todas enmarcadas en el transcurrir de la vida cotidiana. 

Ante esto, la memoria en tanto que capacidad humana, cerebral, se constituye en el espacio virtual e intangible, radicado físicamente en el soporte neuronal humano. Espacio en el que se registran esas vivencias. Substancia a partir de la cual, previo trabajo de memoria o rememoración, es posible traer y expresar el recuerdo de aquella vivencia, generar su imagen mental; su expresión oral y en algunos casos su impresión escritural, tal como sucede al escribir cualquier texto, en el periodismo o en el ejercicio de la crónica.

Es todo. Muchas gracias.

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