Cómo me gustaría llegar a su edad y tener más hijos y nueras, hijas y yernos, nietas y biznietos. Incluso me encantaría vivir la vida de la abuela de Blanqui, mi compañera. La abuela y bisabuela y tatarabuela de todos, doña Marcela, la anciana más longeva de todo el valle de Izapa y la región del Soconusco. Y llegar a tener los años que ella, insisto, para contar no sólo canas, cuentos y biznietos y laberínticas parentelas, sino amistades, compadres y comadres de otros tiempos, tataranietos y hasta choznos, como nombran por este rumbo a los hijos de los hijos de los hijos de los hijos. Hágame usted el favor.
Vienen de lejos algunos, otros su viaje es corto y los más, sólo atraviesan el pueblo. Ya no viven en el centro, pues son de generaciones nuevas. Y así como llegan unos, saludan estos, platican aquellos, don Armando aprovecha para abrir el primer tequila y anunciar que el programa —ustedes disculpen—, es un poco más largo ahora. Pero hay de aquel que se vaya antes de tiempo, ¿ah? —advierte a todos—. No dormirían tranquilos sí en una de estas nos vamos. Así quee… ¿Todos tienen su copita? ¡Salud! Primero César Antonio va a intentar elevar un globo de papel de China. Luego vienen las piñatas que prepararon las hijas de Minerva. Después, como todos los años, vamos a nacer los niñitos. Luego nos vamos a la calle a quemar los cuetes y buscapiés. Después regresamos, ahora sí, a la cena, y luego le entramos al regalo de los muchachitos, y al intercambio de regalos después y al final. Los de Tuxtla nos van a pasar unas diapositivas. Traen su cinito. Y de ahí sí… que Dios los bendiga.
Así dice el viejo y ahí van las cosas como ha dicho.
Llaman a todos al patio, donde César se ha instalado con su reinvención decimonónica, mientras sólo un candil ilumina el patio para reforzar el prodigio. Desde una cuerda tirante, guinda el globo exánime, sujetado por un hilo; ha rehecho la base y la hornilla para estabilizarlo y ahora empapa la estopa en queroseno... tanto, que se derrama. Enorme se ve el globo en verde, amarillo y rojo, y más aún cuando Pepe, Sergio y Pancho, intentan estirar sus paredes para evitar que se inflame al prender el fuego. Los viejos y los niños están absortos, casi con la boca abierta. No creen que el globo se encumbre. No creen que esto sea posible… esto sólo se ve en la televisión, piensan los pequeños, y hasta hace veinte o treinta años se vieron los últimos en las fiestas patrias. Eso dicen los tíos y abuelos. César, el nieto más grande, ¿será capaz de elevar este globo aerostático, en la obscuridad del patio, ante la luna llena y las nubes iluminadas que la cortejan?
© Nacimiento o belén típico. Tuxtla Chico, Chiapas
(2010). |
Y sí. ¡Claro que sí! Lo consigue, y con creces. De pronto ven todos, el globo iluminado, como si se quemara por dentro, ahora tenso, barrigón y gigante. ¡Papáaa! ¡Corta ahora! César ordena y entonces tambaleante el globo se suelta, avanza a penas, pasa por entre los mangos, ahora va por encima del mástil antena y ahora toma el rumbo de la luna, va adelante, sigue arriba, continúa y por fin… la respiración contenida de quienes atiborran el patio exhala, y al unísono todos gritan, como prendidos por la misma mecha: ¡Huuurrraaa! ¡La hicimos! ¡Braaavooo! ¡Braaavooo! ¡Bravo por César!
Entonces el globo henchido persigue a la luna por un rato y es visto desde la plaza y desde todo el pueblo. Primero el viento se lo lleva hacia el poniente, hacia Tapachula; luego es empujado hacia el sur, hacia la frontera, y ya se confunde con las estrellas del firmamento, luego de veinte o treinta minutos de juerga… Pero aún los más interesados siguen la reinvención en el cielo, cuando abajo, en el piso del terraplén desde hace rato, todos, jóvenes, viejos y niños le dan a las piñatas con todas sus fuerzas.
Blanqui se encarga de anudar en las cabezas de los nietos un pañuelo obscuro. Paquita pone entre sus manos el garrote adornado con papel crepé. Los lleva a la piñata para tocarla apenas, les hace dar vueltas y los deja a la obscuridad de sus ojos ocultos. Pancho se encarga de subir y bajar la piñata desde la cuerda tensada. Sergio le ayuda en el recambio. Toca ahora el turno a Marcelita y no sabe a qué santo encomendarse. Da garrotazos sin ton ni son, va y viene con el palo asido entre ambas manos, zumba el bate, recorta el aire pero no le atina.
¡Arriba! ¡Arriba! ¡Abajo! —le gritan sus primos—. ¡A la izquierda, Marcelita! ¡A la izquierda! ¡Marcela, por Dios! ¿Dónde tienes la izquierda? ¡Un poco más Arriba! ¡Arriba! ¡Pero si serás! —alguien exclama—. ¡Tócale aunque sea las barbas! ¡Abajo! ¡Abajo! ¡Ahí! ¡Dale! Dale y dale pero no le da. Y entonces viene el siguiente y el otro y el que sigue, y la quiebran con un garrotazo que esparce los dulces y galletas, limas y cañas por el patio. Mientras, incluso, las tías se abalanzan para pescar algo. Y así continúa la algazara, los gritos y hurras, mientras los más viejos desencajan sus mandíbulas de tanta risa.
Pero qué bonito belén ha preparado doña Estela para los tres o cuatro niños de la familia. Belén le llaman en el Soconusco a los nacimientos. De seguro por el lugar bíblico donde nació el niño Dios, y a propósito: a cual más su tiempo ocupa en crear pequeñas obras de arte. Elaboran grutas, peñascos, rocas; imitan cuevas, chozas y establos. Éste, por ejemplo, el de la sala iluminada en mil colores, fue hecho según dicen, en Guatemala, pero no es cierto. Lleva papel estraza, polvo de oro y pintura negra, piedras de río, arena, terracota y almácigos de maíz. Y todos ahora mismo, incluso los más pequeños, llevan entre sus manos, velas diminutas y luces de Bengala.
Aparte de los villancicos y de los rezos típicos, hoy la nota es puesta por Gabriel, el más pequeño de los nietos, el más demonio. Además de descubrir cómo las velas pueden apagarse y volverse a encender, ha prendido fuego, por atrás, a los papeles metálicos y musgo seco del belén. De pronto todos se asustan: brotan debajo pequeñas llamaradas, pero en un instante se sofocan. Mientras, un refresco es rociado a presión sobre las pavesas, y un cubo de agua hace el resto. Lo bueno es que esto ocurre cuando estamos por terminar, cuando los niñitos se han recostado en el pesebre y ya las madrinas y el propio abuelo disponen de pólvora y cuetes a bendición.
Salimos a la calle y son tres bandejas las que custodian sobre la acera; la materia prima de los mil sortilegios de fuego, humo, explosiones y silbidos: las palomas, volcanes, buscapiés, chifladores, brujas, rehiletes, escupidores y el catálogo completo de la pirotecnia centroamericana. Al final, cuando hemos agotado la reserva, en el balance, uno de los pequeños llora (le ha estallado muy cerca una paloma). Doralice reclama ante sus cabellos chamuscados por el buscapiés que se le enreda, y el compadre Sergio prende fuego a una carrillera inmensa de triques chinos que acaban por ensordecer al barrio.
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© Nacimiento o belén típico. Tuxtla Chico, Chiapas (2010).
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