De esta forma las matronas transmiten sus conocimientos a las más jóvenes, a quienes en verdad desean conocer las artes culinarias, y en general a quienes con el tiempo aprenden a expresar las diversas formas lingüísticas que tiene Chiapas, para señalar con relativa exactitud, las porciones, medidas y tamaños de los menjurjes que solo entre cocineras entienden. Entre ellos los ingredientes de nuestros alimentos y bebidas, pero también, en general: sólidos, líquidos, granos, unidades, cantidades, porciones, concentraciones, muchedumbres, etcétera.
Por ello, al menos en la zona central, el área que abarca desde La Concordia y Montecristo de Guerrero, pasando por Jaltenango, Villacorzo, Villaflores, Suchiapa e incluso Jiquipilas y Cintalapa… ahí, e incluyamos la ribera meridional del Grijalva: Chiapa, Tuxtla, San Fernando, Berriozábal y Coita. Ahí usamos las voces poco, poquito, poquitío, poquitito, y poquititío, aunque también los vocablos: chiquito, chiquitío, chiquitito, chiquititío e incluso chiquitititío, para designar a los objetos extremadamente pequeños como en el caso de pulgas, piojos, liendres, ladillas y cucuyuchis, estos últimos, inseparables parásitos o piojos de las gallinas.
“Tantear” llaman las cocineras al acto de definir las cantidades de condimentos, propias de nuestros platillos: sal, azúcar, pimienta, aceite, vinagre, comino, tomillo, achiote, picante, etcétera. Por ello son usuales las palabras “al tanteo” (al gusto propio), “tanteado” (poco), “tanteadito” (un tanto menos que poco) y “tanteadón” (cantidad intermedia entre tanteado y tanteadito). Aunque en ocasiones la instrucción que se escucha en las cocinas es: “Si, sí, mi niña. Tanteadito pero sin pasarse”.
En algunos lugares —para no errar— se refieren a medida y medidita; a cucharada y cucharadita, a montón y montoncito, y a una pella o a una pellita, cuando se trata de medir la cantidad de manteca sólida, mantequilla lavada o mayonesa. Si se hace referencia al tamaño del pollo, gallina, pato o guajolote, se escuchan las expresiones “de perdidas de este tanto”, “de perdidas de este vuelo”, “ahí lo buscás de buen tamaño”, “de medio pelo”, mediano o medianito y entero o enterito, aunque si son muy pequeñas las piezas, como en el caso de cuiches, tortolitas o codornices, a ellas las nombran chirris (pequeñas), chiviriscas (muy pequeñas) e incluso chivirisquitas (aún más pequeñas). No obstante, también se escuchan las voces sinónimas misrruña y misrruñita (chica y muy chica).
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© Hmmm. ¡Pero qué ricas tortillas! Tuxtla Gutiérrez, Chiapas (2011). |
Es propio de las cocinas chiapanecas el uso de los términos tras-uno’tro, tras-de-uno’tro, tras-di-uno’tro, uno por uno, y uno tras otro; es decir: “tras de uno, otro”, cuando se desea indicar que las presas o piezas del guiso deben ponerse a cocción, depositando a la olla o al sartén, primero una y luego otra pieza. Y lo mismo ocurre con docena, media docena, docena y media, medio-medio, onde-onde, casi-casi y zarazón, ésta última palabra, indicadora de que el asado o la parrillada no debe quedar cruda aunque tampoco extremadamente cocida.
Para medir los granos (maíz, frijol, arroz, semillas de calabaza, etcétera) y en general áridos, aún se escuchan las dicciones cuartilla, almud, fanega y lona. Arroba y quintal se usan o usaban para medir o despachar cal, sal, salitre y café. Mano y zonte eran los vocablos con que se contaban las mazorcas de maíz y de cacao, de donde deriva el verbo “zontear”. Tercio, carga y carretada sirven para medir la cantidad de leños y calabazas que se compran o venden. Triduos, novenas o novenarios, oncenas y docenas son cantidades para tazar rezos, flores, naranjas y escobas. Y las distancias aún hoy tienen sus medidas propias: dos dedos, tres dedos, jeme, cuarta, codo y brazada. De ahí aquella expresión: “Perdonálo, hombre, este animal. ¿Qué no ves que nomás dos dedos de frente tiene?”.
Otros enunciados de cantidad son “otro uno”, “poquito a poco”, carretillada, camionada, chorrero, chorratal, chorrocientos, chorrocientos mil, y las dicciones emblemáticas más puras: chingo, madral, madrero, putamadral, chinguero y chingamadral. Razones de abundancia son: muchísimamente, muchisísimamente, tambache, tupido, harto, reteharto, retiharto y “resto” en la expresión “Puta, lo vieras visto. ¡Eran un resto!”, aunque la partícula “rete” se aplica como intensificador de cantidad o calidad, en otras varias palabras: rete oscuro, rete sucio y rete apretado.
Cuando nos referimos a la morralla decimos sencillo, vuelto o cambio; a las armas las llamamos por el calibre de sus municiones: “Qué bonita tu veintidós”, “vendéme esa treinta y ocho”, “jojo, cómo retumba esa cuarenta y cinco” y… “¿Todavía lo tenés esa tu treinta-treinta?”.
Dendioy y desdioy —es decir, desde hoy, desde hace rato— decimos para señalar el tiempo transcurrido, lo mismo que “uuures”, para indicar un tiempo mayor. Orita, oritía y oritita son variaciones que utilizamos para indicar que esto o aquello sucederá muy pronto, o “luego”, “luego-luego”, “lueguito” y “ya mero” para advertir que será tantito o algo después. Ligero y ligerito ordenamos a alguien para que se dé prisa. Ratito y ratitío son pequeñas unidades de tiempo y… cuando nos sentimos solos decimos que estamos solitos, solitíos e íngrimos, aunque cuando andamos acompañados, vamos con la palomilla, la cuadría, la cuadrilla o en retajila.
Rabiata o rebiata son sinónimo de “marimbita” en el caso de los varios hijos pequeños de una sola madre. Patache, patacho y patachi es el conjunto de acémilas de los antiguos arrieros y, finalmente, dos vocablos indican porciones y precisiones: “medio” (la mitad) en mediodía, en medialuna, en medio fondo, en medio-atarantado, en medio-bolo, en medio-ciego, en medio-choco, en medio-muerto y en medio-pendejo. Y “mero” (precisamente) en mero vivo, ya merito, mero día, mero enfrente y mero-mero.
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