sábado, 25 de enero de 2025

BUEN CHOCOLATE Y PANELA

Para Gaby y Marcela.

Dos negocios posibles, en potencia, han rondado mi cabeza desde hace algunos años años. Dos pequeños grandes negocios susceptibles entre decenas. Dos negocios que sólo a partir de Chiapas podrían concretarse: el procesamiento, empaque, rotulación y distribución de pequeñas piezas de chocolate al estilo del Soconusco (Chiapas). Para degustar como golosina, o como el chocolate de la merienda y… el procesamiento, empaque, rotulación y distribución de pequeños trozos de panela o piloncillo. Al estilo de los Llanos de San Bartolomé. Para acompañar o endulzar nuestras bebidas, o bien para saborearlas de sobremesa.

¿De qué se trata? De dos grandes empresas alimentarias, incluso de tamaño mundial, que podrían iniciarse en las dimensiones reducidas de la cocina, el taller, la bodega o el estudio de un o una emprendedora de origen, innata, de vocación. De quienes traen en la vena, hacer negocios, idear proyectos, fundar organizaciones o pequeñas empresas.

Comparto, naturalmente, esta reflexión, basada en experiencia, información y análisis, pues, descarto personalmente poner estas ideas en marcha, debido a mi nula formación e inclinación por los negocios. No tengo ni he desarrollado habilidades para ellos, ni puse mi derrotero nunca, en la dirección que implica generar empleos y utilidades, hacer dinero o fundar organizaciones. No obstante, sé perfectamente, pues mis ojos lo han visto, que… las grandes empresas contemporáneas, siempre han comenzado muy pequeñas, imperceptibles. Tanto en el ámbito de la preparación de alimentos y bebidas, donde se incluye a fondas, taquerías, cafeterías, pastelerías, restaurantes y cantinas, como en los diversos giros de la industria, los servicios, el comercio, la electrónica, las comunicaciones, e incluso el vicio.

Así ocurre en el espacio local, en el regional, en el nacional, y hoy, en el ámbito global, facilitado por la internacionalización de los capitales, las finanzas, las comunicaciones, las tecnologías y el flujo de personas; ese fenómeno de escala planetaria que llaman globalización, fase posmoderna del capitalismo ultraimperial. Barbaridad, ogro y monstruo sociocultural desde cierta perspectiva, aunque también oportunidad de negocios que, desde la periferia mundial, se abre a las regiones y a los países jodidos. Para incorporar algunos productos emblemáticos nuestros al mercado ultranacional, y junto a ellos, una parte de nuestros gustos, conocimientos y tradiciones; una parte de nuestro patrimonio cultural.

No olvidemos que el mundo en general, aunque en particular las sociedades de los países “desarrollados”, los de las primeras revoluciones educativas, culturales e industriales, hoy encausan sus modelos de consumo, sus criterios estéticos, sus modas e incluso en cierto sentido, sus normas morales, éticas y sociales, hacia la preservación de los recursos y el ambiente natural. Perfilan sus inclinaciones hacia la sostenibilidad de los proyectos productivos, la conservación del agua y los bosques, la promoción de aquellas prácticas agropecuarias amigables o cercanas a la naturaleza. En síntesis, las sociedades consumistas de mayor poder adquisitivo hoy, desean volver o ya vuelven sus ojos a los orígenes y a las esencias bioculturales del ser humano.

Y he ahí entonces la oportunidad. La región del Soconusco, hoy mismo sigue produciendo el mejor cacao del mundo ―por sus propiedades gustativas y organolépticas―, el cacao nativo, criollo o Soconusco, el único cacao orgánico al nivel mundial, aunque disponible en cantidades exiguas e irrisorias. En Cacahoatán, Tuxtla Chico, Tapachula y pueblos aledaños, los cacaocultores y las chocolateras siguen practicando los antiquísimos conocimientos asociados a la producción del cacao y a la fabricación de los chocolates de origen mesoamericano… Diversos, variados, dietéticos e incluso “exóticos”; aderesados con vainilla, pataste, chile o té de limón; con o sin las diversas nueces conocidas, o las modernas, condimentadas con menta, anís, cardamomo y etcéteras.
© Sabrosos chocolates. 2007. 


En los Llanos del Grijalva (municipios de San Bartolomé, Pinola, Socoltenango y Tzimol), en los trapiches de las pequeñas plantaciones de caña de azúcar ―las de rancherías y comunidades agrarias―, aún siguen produciendo piloncillo del que llamamos “panela”. Del que sirve para endulzar nuestras “conservas” en todosanto: camote, calabaza y yuca. Azúcar morena y orgánica endurecida, que se encuentra en los mercados: atados o pantes de cuatro “tapas” de panela.

Y… con base en esta experiencia, desde hace tiempo, aunque con timidez, se observa la producción y comercialización de pequeños atados o paquetitos orgánicos de panela aderezada con cacahuate y nueces diversas, mismos que las pozoleras, de repente, los obsequian junto con el pozol tradicional dulce y con cacao.

¿A qué me refiero en ambos casos? A la producción de confitería de la más alta calidad; súper ordinaria para nosotros, aunque altamente óptima para el gusto exquisito, la gastronomía de moda y el mercado mundial. Imaginemos el primer caso: en los supermercados de la ciudad de México, Monterrey y Guadalajara, de Montreal, Nueva York y Los Ángeles, de Londres, Milán y Frankfurt, encontrarnos en sus áreas de confitería, pequeñas cajas de madera, labradas en tejamanil. Impresas como con matasellos, y dentro de ellas, sobre una cama de papel de China multicolor, estandarizadas miniaturas; pequeños atados de panela, condimentados con nueces diversas. Azúcar orgánica y artesanal del trópico mexicano, lista para el deleite y el paladar del mundo.

Y en el otro caso, aún mejor: pequeñas rodajas de chocolate, grabadas con algún sello particular, listas para degustarse como golosina o alimento; todas de diversos sabores y apetencias, encerradas en nuestras típicas cajitas alteñas de madera delgada, las de las “cajetas coletas”. Adornadas de colores y dispuestas también dentro de las cajas de tejamanil mencionadas, estampadas con el matasellos caliente de “Hecho en México” o “Fabricado en Chiapas, producto orgánico”. O hecho en Tierras Mayas, en Mesoamérica, o en la tierra madre de la Civilización Maya.

Sea como fuere, lo cierto es que en México, Chiapas y Centroamérica, cuna de civilizaciones, tenemos mil productos alimentarios, medicinales, artísticos y artesanales, todos orgánicos y culturales, susceptibles de introducirse al comercio mundial. Tenemos a los artistas, tenemos a las dulceras y chocolateras, a los agricultores orgánicos, a las y a los médicos tradicionales. Tenemos a los ingenieros, gourmets y gastrónomos más chingones, biólogos, internacionalistas, diseñadores gráficos y de productos, comunicadores y publirelacionistas…

¡Ya es tiempo de sacarle provecho a la malhadada globalización desde el terruño! ¡Desde la santa tierra nuestra, y desde lo local!




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