por Antonio Cruz Coutiño
Hace varios años, en 1998, por recomendación de don Armando Parra Lau, mi suegro tuxtlachiquense, entrevisté a don Rufino González López, antiguo cronista de Cacahoatán, para conocer algo de la tradición oral del pueblo. Me contó dos o tres cosas de los años cuarenta, el Señor del Cerro y en especial, una de las mil historias del Sombrerón y el ganado que posee en el inframundo. Estas fueron sus palabras.
¿Cacahoatán? [desde] la antigüedad y hasta principios del [siglo pasado] solo era un lugar de paso, tanto para las personas de a pie [como para las] de a caballo, [además de] la carga de los arrieros y sus patachos de mulas. Era lugar de posada y lugar de descanso para la gente y las mulas. Sólo existía dos o tres casas sobre la calle principal y luego hacia los lados sólo había potreros en donde se soltaba a las mulas, burros y caballos, para que pastaran.
©Cacahoatán |
¾¿Idiay… qué andás haciendo por aquí, oh?
¾Ando buscando mis vacas perdidas ¾le contestó.
¾No te preocupés, hombre ¾le dijo el del charro negro¾. Allá las tengo en el rancho... te voy a llevar para que conozcás mi casa y recojás tu ganado. Andaba perdido ese ganado, y sólo se vino a regalar aquí… y como no sabía yo de quién era, pues… pero te voy a tener que vendar los ojos ¿Viste? No vaya a ser que reconozcás el camino…
¾Bueno, está bien ¾contestó aquel¾. Acepto. [Todo sea por] recuperar mi ganado.
Y así continuaron el camino hasta llegar, siempre ascendiendo por la montaña. Al descubrirse los ojos, cuando llegaron, [observó] que este era un rancho bien alineado y precioso; donde había mucha gente y bastante actividad. Unos en las hamacas, otros deambulando por ahí… mujeres haciendo las labores de la casa, haciendo comida, en fin… Pero en una de tantas pidió descansar, tanto él como su caballo. Pidió permiso para descansar en una de las hamacas del corredor. Se fue para allá y ahí medio-platicó con uno de los peones de la finca. Éste, [en buen plan] y en voz baja le sugirió que no aceptara nada de lo que le ofreciera [en] regalo, el hombre de negro, El Sombrerón. Ni nada de lo que le prometiera.
¾No le aceptés nada —le dijo―. Nada de nada. ¿Viste?
Al día siguiente, el Dueño [se acercó al de las vacas perdidas], pero ahora se le presentó con cuernos, con cola, en fin… ¡Como el mismo diablo! [Le ofreció] bienes y riquezas. Le dijo que quería su amistad, que podían ser amigos, pero como ya estaba advertido… no le aceptó nada. Lo que sí, el hombre le preguntó al cachudo que cuándo le entregaría sus vacas.
¾Hmmm. Esperáte —fue su respuesta—. Si no aceptás nada de lo que te estoy ofreciendo, entonces tal vez te interesás por alguno de esos marranos. ―Le señalaba un chiquero grande, lleno de cochis gordos y limpios.
¾Destazá el que más te guste y así te llevás un poco de carne y tus chicharrones calientes. Si hacés eso, cuando regresés a tu rancho ya vas [a] encontrar tu ganado ahí.
Y bueno, así le hizo. Le prestaron un
cuchillo, agarró de la oreja al marrano más gordo, [más esbelto] y correoso
y... cuando ya iba a sacrificarlo, el [propio] marrano habló, casi murmurándole
al oído:
¾Compadrito, compadrito, no me matés. —Así lo escuchó clarito—. Aunque me veás así, soy tu compadre Fulano de Tal. Me ganó desde hace tiempo El Sombrerón, por ambicioso. Y ahora lo que quiere es que vos me matés.
El compadre [sin embargo] sabía perfectamente que [en esa situación], o era él o era su compadre. Sabía que, si no mataba al marranito, eso mismo le pasaría a él. Además de que ya no regresaría a su casa ni [recuperaría] sus vacas. Así que ni modo. Destazó [en el acto al] marrano y del compadre hizo chicharrón. De esta manera, el ranchero se vio obligado [a] aceptar lo que finalmente le ofreció El Sombrerón, quedando —aún en contra de su voluntad— compactiado con el demonio. Le amarraron pues sus atados de carne fresca y chicharrón caliente, ensilló su caballo para emprender el camino de vuelta, y los vaqueros y ayudantes de El Sombrerón se encargaron de vendarle los ojos. Ahora fue acompañado por estos, bajando los caminos [serpenteantes] de la montaña hasta que estuvo frente al patio de su casa.
Y apareció ahí, sólo y sin compañía. Todo [desmadejado y jadeante].
¾Y ahora vos ¾le preguntó su mujer¾. ¿Dónde diablos te metiste? Te hemos buscado. Tiene dos días que te perdiste. Lo bueno es que [mientras tanto] ya hasta apareció en el potrero el ganado perdido.
¾Oí… y ¿Qué es lo que traés ahí?
¾¡Ah! Lo que pasa es que pasé a uno de estos ranchos onde andaba yo campeando el ganado y me regalaron carne y chicharrón.
Claro.
Era carne y chicharrón pué, [aunque] nunca pudo decir nada sobre la verdad: que
era la carne y los derivados de su propio compadre...
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fuente.
© Demonio
cachudo y talegón. Ciudad de Oaxaca (2009).
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