sábado, 8 de noviembre de 2025

EL TORZAL DE LA NIÑA AGUSTINA

Para los compas de la ACECH, aunque en especial a Sofía

Se cuenta desde hace tiempo y hasta la fecha, que antiguamente en la ciudad de Tonalá, hubo un linaje afamado y próspero de apellido Quirino. Que a diferencia de otras familias, ellos no se dedicaron a ranchos y a crianza de ganado, sino al comercio de largas distancias, entre las ciudades de Guatemala y México. Eran arrieros y en consecuencia transportaban cacao, añil, vainilla, granos y sal. También pedidos y encargos, el correo del gobierno y de la iglesia, e incluso objetos de mayor valor. Para ello usaban cabalgaduras; recuas y patachos de asnos y mulas.

Ello ocurrió a finales del tiempo de la Colonia, tiempo de los españoles, e iban y venían por el centro del país y la costa del Pacífico. Desde la ciudad de México, pasaban por Puebla, Tehuacán, Orizaba y Oaxaca; también por Mapastepec, Soconusco, Ayutla, Quetzaltenango y la ciudad de Guatemala. Siempre pernoctaban en Tonalá, camino a México o a Centroamérica, e incluso ahí se quedaban por varios días, donde se reabastecían de todo. Descansaban, se surtían de alimentos y pertrechos y, si había necesidad, sustituían sus bestias, estibadores y ayudantes.

En ese tiempo todos eran obligados a casarse “por la iglesia”, y en los casamientos de los más pudientes, era costumbre que la madrina o el “padrino de lazo”, mandara a fabricar y regalara a los novios, el día del matrimonio en el templo, un lazo, guarnición o torzal de plata, aunque de preferencia, de oro y piedras preciosas. Eran los lazos matrimoniales que hasta la fecha se usan, aunque ahora de fantasía y pedrería barata, semillas y cristales. O de metales ordinarios enchapados en plata u oro.

Y así, cuentan que los Quirinos de Tonalá, mandaron a hacer para el matrimonio de algunos parientes, un torzal de oro macizo y puro, jamás antes visto en la región. Era de algo más de dos metros de largo, oro amarillo de 24 quilates, coronado a la mitad por una rosa enorme de doce petalos extendidos. Dicen que el grosor del dedo meñique era idéntico al del cordoncillo de oro, formado por múltiples hilos dorados, hebras retorcidas. Y que la filigrana de la flor que unía las sogas o collares de los desposados, era tan fina y delicada, que quien la veía, quedaba absorto, maravillado.

Se cree desde entonces que el torzal no fue elaborado en Chiapas, por artesanos comunes, sino por verdaderos orfebres artistas, en Guatemala, en Oaxaca, en Puebla o en la propia ciudad de México, metrópolis en donde se trabajaba el metal dorado.

El torzal de oro pasó por varias manos, de padres a hijos. Fue testigo perenne del casamiento de descendientes y familiares, hasta que finalmente formó parte de la herencia de Agustina, sucesora lejana aunque directa de los viejos Quirinos. Hija única, a quien por no haberse casado y en consecuencia no haber tenido hijos, le llamaban niña Agustina; e incluso tiempo después tía Tina. Su casa era enorme y ocupaba media manzana céntrica. Tenía diversos sirvientes, era caritativa y, acorde con su religiosidad vehemente, promovía el matrimonio religioso. Por tal razón, daba en préstamo su torzal de oro, a todo aquel padrino o madrina que lo solicitara; a gente rica y pobre, del pueblo y de las afueras, e incluso a gente humilde de ranchos y caseríos.

© Algo de oro. Istmeña linda. Ciudad de Oaxaca (2014).



Invariablemente tenían suerte, y les iba de maravillas a los novios que durante la ceremonia religiosa, se les imponía el lazo matrimonial de la niña Agustina. Su matrimonio era exitoso, tenían varios hijos y no había accidentes funestos en sus familias. Los rancheros multiplicaban su ganado, los comerciantes incrementaban sus ganancias, los agricultores acrecentaban sus cosechas y en fin que los casados, bajo el influjo del torzal maravilloso —al que también llaman ahora mismo, “lazo encantado”, “lazo mágico” y “lazo de la buena suerte”—, experimentaban notoriedad, felicidad absoluta e incremento de su fortuna.

Pero cuentan que ante el deceso de su dueña, el torzal de la niña Agustina se esfumó por algún tiempo. Que luego apareció en manos de familiares próximos (aunque mermada en su tamaño y calidad, pues sólo una de las sogas era auténtica, y la flor de filigrana había disminuido sus pétalos a la mitad), aunque… a pesar de ello, siguió la tradición de su préstamo y servicio, como hasta hoy, y continuó la historia con varios casos actuales; sorprendentes e inexplicables como el siguiente:

El de la pareja que habiendo tenido la oportunidad de casarse con el torzal de la niña Agustina, desprecia esa posibilidad y en consecuencia, echa a perder su porvenir: la familia de la novia se enemista con la del novio, fracasan sus proyectos y aspiraciones, se accidenta uno de sus hijos universitarios, la señora enferma gravemente y sucumbe y, en una ocasión en que el viudo asiste a la boda de algún pariente en el templo de San Francisco… en el momento en que a la pareja le imponen el torzal de tía Tina, el hombre apesadumbrado ve cómo el lazo encantado refulge y reverbera, mientras la niña Agustina se le representa sobre el muro lateral del templo. Dicen que en el acto perdió la conciencia y que tiempo después se extravió.

Hoy todos creen y cuentan la historia del torzal de la buena suerte, la del lazo nupcial de la niña Agustina; prenda que ahora mismo continúa heredándose de generación en generación. La misma que sigue proveyendo de buena suerte, salud y riquezas a quienes tienen la fortuna de conocer a su dueña o dueño, obtenerla en préstamo y lucirla radiante, el día de su matrimonio.



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