viernes, 23 de mayo de 2025

PARA LEER A MARCO POLO

A don Armando Parra Lau, digno sucesor de chinos.

Entre las mil ilusiones que mi mujer y yo construimos al casarnos, están los varios viajes que hemos emprendido, y los otros que aún esperamos hacer, entre el de China. Especialísimo por lejano, paradisíaco y prolongado. Lo haremos al fin el siguiente mes, aunque, ante tal decisión, desde hace tiempo decidimos empaparnos de la cultura y geografía asociada al país que es en sí mismo un continente. Por ello nos hemos metido a la evolución de China. Al gigantismo, digámoslo así, de sus estadísticas demográficas, constructivas, y económicas; al numeroso y enorme tamaño de sus ciudades e infraestructuras, y a sus proezas arquitectónicas, ingenieriles y de planificación, no de hoy solamente, sino de toda la vida, desde sus cinco o 6000 años de existencia como nación.

Por ello solicité al librero amigo Fermín López Casillas, dueño del El Inframundo en la calle de Donceles (ciudad de México), buscara Los Viajes de Marco Polo, que desde niño tuve el deseo de leer. Consiguió para nosotros una versión vieja, aunque bonita, con pastas duras y algunas ilustraciones (México, 1967, edición de C. I. John W. Clute, S. A. Serie clásicos inmortales. 340 páginas), que desde luego me di a la tarea de escudriñar.

El libro que es en sí mismo un tesoro, constituye una larga crónica de los viajes y experiencias de Marco Polo por Asia. Fue distribuido originalmente con el título El Libro de las Maravillas y, posteriormente, cuando se conocía algo más el mundo, con la inscripción El Libro del Millón, abreviación de “El libro del millón de costeras de Oriente: Japón, India, Sri Lanka y el Sudeste de Asia, así como la costa oriental de África”.

Inicié la lectura y pronto encontré lo extraordinario: que los múltiples viajes comerciales de la familia de Marco Polo desde Venecia, se emprenden durante la segunda mitad del siglo XIII. Cuando no se cuenta con noticia ni geografía cierta sobre Asia, el Extremo Oriente —India incluida—, el Mar Pacífico y sus innumerables islas, entre ellas Japón, Indonesia y Filipinas.

Cuando se desconoce el saber y los avances culturales aquilatados por Egipto, Grecia y el Imperio Romano, respecto de África, Oriente próximo y Medio Oriente. Cuando no se tiene idea del continente africano, y no existe América en el imaginario europeo.

Entonces descubro que los viajes de los Polo, entre ellos los de Marco, son marchas que duran décadas. Que utilizan embarcaciones diversas, caballos, mulas, camellos, elefantes, carros y carruajes. Todas las acémilas y medios de transporte disponibles. Que con ellos conocen, comercian, aprenden; viven e incluso sirven como funcionarios y traductores de los señores que se encuentran al paso: príncipes, monarcas, sultanes y emperadores. Que el segundo viaje de Marco Polo dura más de veinte años y se extiende a lo largo de 24,000 kilómetros. Que descubre y narra en estas crónicas, hallazgos que en verdad parecen maravillas a los europeos. Increíbles, imposibles, meras fantasías.

Encuentra en su máxima extensión el imperio mongol liderado por Kublai Khan, quien señorea a China, Asia y todo el Oriente Extremo, fundador de la dinastía Yuan. Descubre eventos inauditos: el uso industrial de la pólvora, la fabricación y uso de la tinta y el papel, el uso corriente y absolutamente establecido “de ciertas hojas en vez de monedas”, y la existencia y uso generalizado de “piedras que arden como leña” y refiere el carbón mineral. El refinado sistema postal imperial, los grandes ríos asiáticos y su interconexión mediante canales enormes, y la estructura y el funcionamiento sofisticado de ejércitos gigantescos, nunca antes vistos.

© Billetes de 10 yuanes con la imagen de Mao Zedong. 2010.



El funcionamiento cronometrado de ciudades enormes, la higiene y orden con que se desarrolla el trabajo de miles y miles de comerciantes y prostitutas, y el prodigio de los gusanos de seda y la transformación de su fibra. Embarcaciones chinas gigantescas y técnicamente superiores a las europeas, barcazas y bajeles reunidos en cantidades insospechadas, licores no sólo de uvas, sino de frutas, leche, arroz, trigo… un mundo absolutamente nuevo. “Increíble”, como creían los europeos del tiempo de Marco Polo.

Y cierro con un botón de muestra. Como para anhelar la lectura de este libro prodigioso, con el pasaje del dinero incomprensible, las monedas que no son de oro ni plata sino de simple papel:

“La moneda que el [Gran Khan] hace fabricar es el siguiente: hace coger cortezas de árbol, precisamente cortezas de morera —el árbol con cuyas hojas se alimentan los gusanos que hacen la seda—, hace sacar la piel sutil que se encuentra entre la corteza y la madera, hace triturar y amasar aquella piel, y luego la hace empastar con cola, y hace extender aquella pasta en hojas semejantes a las hojas de papel. Estas hojas son completamente negras. Cuando están hechas, las hace cortar en hojitas de varios tamaños, pero todas de forma cuadrada, y más largas que anchas.

“Y la hojita pequeña vale la mitad de una moneda de plata; y otras hojas, según los tamaños, valen una moneda de plata, equivalente a un grosso de plata de Venecia, dos, cinco y diez monedas de plata, y un bisante, dos, tres, y así sucesivamente hasta diez. Y todas aquellas hojas llevan el sello del Gran Señor. Porque habéis de saber que todas estas monedas están hechas con la misma autoridad y solemnidad que si fuesen de oro o de plata. En cada moneda muchos oficiales, expresamente delegados, escriben su propio nombre y ponen su sello; y cuando la moneda está dispuesta en todas sus partes, el jefe de aquellos oficiales, por encargo del Gran Khan, embadurna de tinta roja el sello acordado y lo imprime en la moneda, de modo que la forma del sello teñida de encarnado queda allí impresa. Y entonces aquella moneda es auténtica. Y si alguien la falsificase sería castigado con los mayores suplicios. Aquellas hojas el Gran Kan las hace fabricar en tan gran cantidad que podría pagar con ellas toda la moneda existente.

“Fabricadas del modo que os he explicado, él hace que se pague todo con ellas, y las hace expender por todas las provincias, por todos los reinos y por todas las tierras donde manda. Y nadie se atreve a rechazarlas, porque en ello le va la vida. De todos modos, es cierto que todos sus súbditos, de cualquier país y de cualquier raza, aceptan voluntariamente en pago aquellas hojas, porque pueden, dondequiera que vayan, pagar con ellas cualquier cosa: mercancías, perlas, piedras preciosas, oro y plata. Compran todo lo que quieren y después pagan con aquellas hojas. Añádase que el papel que se da en vez de diez bisantes no llega al peso de una moneda de este mismo valor”.

Y finalmente, como se escribía antes, nota al calce: “bisante” fue la forma española de decir Bysantium o “de Bizancio”, antigua Constantinopla, hoy Estambul, ciudad prominente de Turquía. Fue la moneda de oro altamente apreciada por la Europa medieval, procedente del mundo islámico y bizantino. Fue el dinar de las regiones árabes, entre los siglos VII y XIII.



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1 comentario:

Anónimo dijo...

Ilustrativa y entretenida crónica maestro Cruz Coutiño. Como siempre. Podría decirse que esas monedas de árbol de morera fueron el inicio de los billetes que hoy circulan por todo el mundo?