por Antonio Cruz Coutiño
Ayer en cuanto supe el deceso del gran Alfonso Lara, grande por su grandeza humana, aunque también por sus extensos noventa años, escribí para las y los concordeños en la pizarra electrónica de mi feisbuc, el siguiente texto:
“QEPD don Alfonso Lara Aguilar (1927-2017) concordeño de pura cepa, cuxtepequense de corazón. Agricultor, ganadero, comerciante, agrarista y varias veces regidor y síndico municipal. Hombre templado, aunque de carácter fuerte, empeñoso, responsable, cariñoso y honesto.
Hoy (21/09/2017) entre seis y siete de la mañana dejó de latir su corazón.
Le sobreviven su esposa linda, doña Lupita Castro López, sus seis hijas: Candelaria, Lucha, Socorro, Magda, Beatriz, Ana Luisa, y sus dos varones: Jorge Lara Gómez y Mario Lara Zavaleta; sus varias nietas y nietos, y sus muchos compadres y amigos. Le llevamos en nuestro corazón. Mantendremos su recuerdo en nuestros pensamientos”.
Pero ello, amigos, en vez de sosiego, provocó en mí una recordación y una agitación mayor, aunque nada le dije al feisbuc. Pensé para mis adentros en los padres de don Alfonso que aún conocí en la antigua Concordia, a don Miguelito Lara y a su esposa doña Luz Aguilar. Pensé en mis familiares recién fallecidos: en Eduardo Cruz Cristiani, mi padre; en mis tíos Lindemberg Cruz Cristiani y su esposa Martha Bautista, y en mis tías Amelia Cáceres Reyes, Milita Coutiño Espinosa y Pradelina Cruz Cristiani. Después fue mi pensamiento hacia las tías Julieta y Yulia Abud Gómez, hermanas, y tío José Lauro Cristiani Coutiño.
Recordé entonces a algunas grandiosas, entrañables personas, con el mismo común denominador: frescos sus decesos en mi memoria. A don José Guzmán Hernández, al inefable Guillermo Ruiz Macías, a don Enrique Macías Castillo, a don Salomón Abud Gómez, al Toño Rojas Pereyra combativo, al eterno secretario de los salineros don Daniel Alegría Villatoro, al Galán don Antonio Espinosa, a don Beto Orantes Balbuena, al mismísimo José Camilo Santiago, a don Demetrio López, a don Alfonso Altúzar y a tantos otros.
Llegaron a mi recordación también, dos personajes entrañables por enjundiosos y agraristas: el gran Tomás Coutiño Coutiño, hermano de mi madre, y el incansable Romeo Hernández Aguilar. También las estampas de don Jesús Alegría Villatoro, don Guadalupe Porres Hernández, el fotógrafo del pueblo; don Roberto García Cañaveral y don Carmelino Espinosa Ruiz, todos, centrales para comprender las esencias de la vida contemporánea de La Concordia.
Pensé en eso último, y al repasar su imagen y mis recuerdos sobre su vida, claro tuve que todos ellos fueron indispensables. Absolutamente a la inversa de lo que el vulgo y el lugar común afirman, en el sentido de que todos somos necesarios más no indispensables. Todos jugamos nuestras respectivas cartas, nuestra partida propia, es cierto. Pero en el contexto de la comunidad de la que formamos parte, esa partida individual siempre responde a los movimientos de los otros, al juego más amplio que en sociedad jugamos todos.
Todos somos necesarios e indispensables a la hora del fuego, del hogar, de la vida cotidiana, de la vida social y de la historia. Los amigos y los enemigos. Los cercanos y los distantes. Los infames y los honorables. Los del entrecejo fruncido y los de la sonrisa afectuosa. Y más, mucho más —he seguido pensando a mi regreso de La Concordia— en tratándose de nuestras familias, de la tierra que nos vio nacer, de nuestros pueblos entrañables y, en general, las sociedades más rurales, más apartadas, más apegadas a la tierra, el agua, el aire y el fuego.
Dales, señor, el descanso eterno. Y brille para ellos la luz perpetua. Descansen en paz. Amén.
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