por Antonio Cruz Coutiño
Vaya... por fin se le hace al Augusto. Conocer Río Escondido, la cantina más antigua de Tuxtla Gutiérrez a decir de los clientes asiduos y más viejos. Ha quedado de verse ahí con Marioarturo y Perola. El primero con el pie en el estribo rumbo al destierro, el segundo rayando el caballo desde San Cristóbal. Enfrente, del otro lado del camellón, está la delegación de la pegeerre, justo donde antes estaba el monumento a los Niños Héroes, en el 550 de la Cuarta Avenida Norte Oriente.
1. Hay razón para el nombre; muy cerca del Río Sabinal, en el rincón más a despropósito, junto a la policía ministerial, y 2. Es bueno el lugar para citarse ahí: el único abrevadero en donde se platica a gusto. Eso cree, pues aquí no se admiten tríos ni mariachis, aunque por desgracia... tampoco mujeres. “Se prohíbe la entrada a músicos, mujeres, tropa uniformada y menores de edad”. Así reza el anuncio en azul y rojo desde la entrada.
Trabajan sólo dos o tres botanas: cacahuates con sal y chile, chicharrones secos con salsa roja, vísceras de puerco al mojo, y carraca en rodajas de chile verde, jitomate y cebolla. Pero Marioarturo ya está cuando Augusto llega. Bebe ahora mismo una Modelo Especial, la del cristal transparente. Se para, le da los cinco y aunque se abrazan, a bocajarro le inquiere: pinche Augusto ¿Qué no quedamos que a las dos? Y la verdad está con él. Desde una semana atrás habían quedado en eso. Se disculpa, llama al mesero, pide otra igual pero menos fría, pregunta por las botanas de rigor, se las traen luego, y todo en paz. Tiene rato que no se ven.
Apenas se ponen a manos sobre sus quehaceres, cuando ya zumba el celular del
Nitus, es decir, del Marioarturo. Es el Perola, confía Nitus. Dice algo como que ya está, que anda cerca, que se ha perdido. Pero llevás la dirección ¿no?, grita el Nitus sobre el teléfono y sigue su perorata: sí, sí. 550… Esa es la tercera, verga… ¡Pues en la cuarta! Regresa por la segunda, da vuelta a la derecha, en la Tercera Oriente, busca la cuarta norte y ahora sí… hacia abajo hasta el 550… Si hombre. Aquí te esperamos.
Nitus, es decir, del Marioarturo. Es el Perola, confía Nitus. Dice algo como que ya está, que anda cerca, que se ha perdido. Pero llevás la dirección ¿no?, grita el Nitus sobre el teléfono y sigue su perorata: sí, sí. 550… Esa es la tercera, verga… ¡Pues en la cuarta! Regresa por la segunda, da vuelta a la derecha, en la Tercera Oriente, busca la cuarta norte y ahora sí… hacia abajo hasta el 550… Si hombre. Aquí te esperamos.
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Oí, ¿y no será que lo pueden cargar más los platíos?... Lo que no sabían Marioarturo, Perola y Augusto es que desde que el bar abrió sus puertas, sólo esas miniaturas de botanas han dado siempre. Pero… Hay órdenes aparte, ¿no? Podríamos pagar, dice Augusto. No patroncitos. Con perdón de la palabra, pero... no se vayan enojar. Este es un bebedero. No un centro botanero.
Pero la cuestión central de estos amigos es que el Nitus mañana agarra rumbo a Campeche. Dice que aquí el gobierno lo detesta, que no quiere darle trabajo. Que… y ha de ser porque los de antes están apestados, porque es un chingón en su trabajo, porque… al saber. Y el Perola y Augusto comparten ahora su partida pues son amigos desde hace un buen. Desde Ciencias Sociales en San Cristóbal, desde las pintas y asambleas, desde las marchas y volantes, desde principios de los ochenta.
Llevan apenas dos, pero el Perola ya busca el baño. Pasa a la barra donde el cantinero, y ya le dice lo que de por sí adivina: ¡Al fondo a la derecha, amigo, y a la mano izquierda el apagador! Así le grita. ¡Vaya!... la puerta es de golpe, dice para sus adentros, mientras la empuja y retrocede. ¡Qué poca! No hay aldaba. Pinche escusado de mierda, piensa el Perola.
Está oscuro a pesar de los veinte watts de la bombilla, y hay una cubeta pa’lo que se ofrezca. Mientras orina ve el extractor de aire inservible, el lavabo que más parece bacín, y un retrete de hace siglos, de los de cadena y tanque a la altura de los ojos… Pinche escusado de mierda, dice ahora en voz alta, mientras el cabito de su cigarro en la taza, flota y gira, navegando en círculos.
¡Oigan!, grita el Perola desde la barra. ¿Ya leyeron?... “Este establecimiento comercial pertenece a la Asociación de Propietarios de Cantinas, Cervecerías, Restaurantes y Conexos del Estado de Chiapas, registrado legalmente ante las autoridades correspondientes. 1956. Belisario Cortázar, presidente. Enrique Villanueva, secretario”.
Y así fue, patrón, le asegunda Pablo López Jiménez, Pablo a secas, Pablito, “mi gobernador Pablo”, e incluso Solín, como le dicen de cariño al mesero, cantinero y administrador del bar. Y continúa: sí, fue fundado en 1950 por don Ricardo Hernández Paniagua, coleto de corazón; aquí mismo sobre esta calle, pero más arriba, entre segunda y tercera oriente. Ahora está en poder de Doña Chusita, su viuda, pero yo vengo desde allá, desde que era yo un muchachito, mero jabalín. Comencé con la escoba, pero ya ve usté, aquí estamo pa’servirle. Aah... ¿Que porqué El Pequeño Solín? Porque en ese tiempo pasaba por el radio Kalimán el hombre increíble. Y como yo soy natural, soy tzeltal pué, y vengo de Oxchuc, pues ahí me agarraron el modo.
Pero ya están los tres de nuevo en la mesa, aunque ahora han pedido Montejos. Una de las curiosidades del Río Escondido. Montejos negras de las que se sirven en Mérida y Campeche. Nitus pone su atención en la lista de precios, se acomoda las gafas sobre los huesos y lee: “Negra Modelo $15, Modelo Especial $15.00, Montejo, Corona y Victoria $14.00, tequila Orendain 15.00, tequila Jimador 25.00, copas general $15.00, refrescos $8.00, pomos $200.00”. ¡Doscientos pesos! Exclama Nitus. ¡Bara! ¿Un pomito no? Paso, dice sin pensar Augusto y pasan todos.
Seguirán hasta las ocho con sus Montejos, al tiempo que sus historias fluyen. Zurcen con ellas y se enredan en viajes, viejas, grillas, grillos, proyectos, fantasías, culitos, pedas. Augusto apenas regresa de sus amores perdidos, por ejemplo, y ya el Nitus se pierde en aquella aventura de cuando fue delegado de Migración en Tijuana. De cuando se fleta con la deportación de 200 o 300 chinos, todos en dos aviones alquilados, todos con sus ojos rasgados y grilletes, todos hasta Cantón y Nankín. Qué joda.
¡Ah chingaos! ¿Y el pequeño Solín qué? Dice Augusto al chavo que ahora los atiende, todo planchado e impecable en blanco y negro. Es lo mismo, patrón, no hay problema. Los tranquiliza. Él es mi papá. Él es el barman, yo el mesero, sólo que yo entro a las cuatro, después de la Universidad y mis tareas. ¡Ah chingar!... ¿En la Universidad por las mañanas? Sí. Aquí le ayudo a mi papá y allá estudio Informática; en la Facultad de Contaduría. Vaya, vaya. Chingón ¿no? Oye… ¿y es verdad que aquí todavía venden el Ron Potosí y el Ron Castillo? Sí, claro. Ahí están pué las botellas. ¿Les sirvo un desempance? No, no. Así nos la llevamos bien, responde Perola.
Y ahí la llevan. Incluso un señor ya entrado en canas, se acerca y les tira un rollo sobre sus primeras pedas. Les dice entre otras cosas, que el nombre de la cantina se debe a que por los años en que se inaugura, el cine Alameda exhibía en estreno Río Escondido, la mejor película del Indio Fernández. Que en los sesenta ésta era la cantina más adelantada, aunque nadie le cree. Que entre sus buenos clientes estuvo Juan Sabines (el bolo, putañero y gobernador más querido de los tuxtlecos) y… que no se olvida de sus tragos aquí, con el periodista Mariano Penagos Tovar, ni de Gervasio Grajales, periodista y conversador como nadie.
En el bar no hay estéreo, altavoces ni rockola, pero siempre suena música ranchera en el cajón de siete por ocho. Siete por ocho metros y luego un anexo, casi siempre vacío, territorio del Río Escondido. Así que siempre suena José Alfredo Jiménez y sus mil intérpretes, siempre, pues el viejo radio de la repisa alta sólo sintoniza música ranchera. Algo explica el Solín en la mesa de los convidados. Que esa es la X-E-I-O, Radio Mexicana, y que el dial del radio, desde hace veinte años se atascó.
Piden las otras, e incrédulos parecen cuando a la conversación llega la prohibición: el asunto de las singulares prohibiciones del Río Escondido. El barullo ha arreciado, pero se escuchan. No es posible, dice alguno. ¿Porqué negarle la entrada a una mujer?, opinan todos. Otro dice que está bien, que los músicos no entren. Ni los boleros, remarca Augusto. Ni los chicleros, canguros y tanto jijueputa. ¿Pero a las mujeres? Enfatiza alguno de los tres. Sí. Prohibir la entrada a los uniformados está bien. A toda madre, eso dice el Nitus. Pero no mamen, concluyen. Las mujeres ya son aceptadas donde quiera ¿no? ¿Y sus derechos? Sus derechos… ¡Qué cabrones! Pero lo más seguro es que sus invocaciones provocan lo demás. O quién sabe ¿De dónde tanta casualidad?
Cuando aún no son las seis de la tarde, una pareja entra. Espigados ambos, él de bigotes y brazos arremangados, ella de cabello largo y mezclilla, sobrios ambos y de lo más tranquilos, entran como si nada. Van rumbo a la mesa del fondo, ordenan algo y hasta ahí llegan. No. Perdón. Él se da tiempo para entrar al baño. A cerciorarse de su estado, supongo, pues hasta ellos va el cantinero en jefe. El retrete insalubre es su argumento más sólido: no patrón. No es eso. Lo que pasa es que no hay baño pa’mujeres. Sólo hay un escusado. No patrón. Cómo cree’sté. ¿Cómo va entrar su mujer a ese baño? No. Aunque no vaya al baño. Mire usté, por Dios. No es de mala fe. Es un consejo. Permitame’ste pué. Es sólo un consejo. Aquí a la vuelta hay otro lugar. Ahí sí se aceptan mujeres.
Y así, a lo cabrón los expulsan. Van engallados y mentando madres. Ya no escuchan que alguien entre la clientela los defiende. Que alguien les tiende la mano, que hay solidaridad. ¡No se vayan amigos!, dice alguien entre el gentío. Estos son pura boca. Se las invitamos nosotros. Están los excluidos ahora, entre el biombo y la puerta. Por fin se animan a gritar, el Perola, Nitus y Augusto, los tres a una voz. Buscan al Solín el cantinero, pero sólo encuentran el oído de los clientes: ¡Pinche Solín de mierda! ¡Culero verga! ¡Mamones!
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© Esencias y elixires. Ciudad de Guatemala (2009).
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