A donde
quiera que te encontrés, va pa’vos, amigo, mi
abrazo y mi palabra, y… de pronto, lo que te puedo decir es que ha sido
excelente la idea de ustedes; me refiero a los amigos, colegas y adherentes.
Los que se juntaron con Vale para convencer a los del Heraldo respecto del
suplemento cultural. Muy bien, Mario, y todos los del elenco, aunque… referirme
como es tu deseo a esas cuestiones de “representaciones idiomáticas” se me hace
complicado. Harto complicado sobre todo en el caso de Chiapas y siendo yo un
simple lector y maestro, como has de recordar.
Lo que me queda claro, y tú has de estar de acuerdo
conmigo, es que en Chiapas no contamos con un sola lengua o idioma, o un solo
sistema lingüístico para expresarlo. Pues además del castellano, ahí están el
tzotzil, el tzeltal, el ch’ol, el tojolabal, el zoque, el mame, el
maya-lacandón y si me apurás, pongo en la misma lista al chuj, al mochó y al
cakchiquel. Pero, además, tendríamos que reconocer que, aunque el idioma
español es uno solo aquí, en América y en España, el lenguaje que utilizamos
los chiapanecos ―quiero
decir, las expresiones y el vocabulario que nos son típicos, e incluso en
parte, la gramática que hemos configurado para expresarnos― se
diferencea (y cambea) bastante del cultivado en el resto del país.
En Chiapas hablamos un castellano particularmente
hermanado al de Guatemala, muy próximo al de Centroamérica en general.
Y eso no es todo. Los hablantes de Pichucalco,
Palenque y Playas tienen su “cantadito”, su léxico propio y giros expresivos
característicos. Los de Comitán y su área de influencia, hasta Comalapa y
Chicomuselo tienen el propio; los coletos y toda la región de Los Altos el
suyo, que ni duda quepa; los del Soconusco igual, y ya ni se diga de nosotros
los frailescanos, los de La
Concordia, Jaltenango, Montecristo de Guerrero, Villacorzo y
Villaflores.
Y debe incluirse ahí, en la misma franja dialectal del
Centro, a Suchiapa, Tuxtla, Berriozábal, Ocozocoautla, San Fernando y la parte
meridional de Chiapa. De modo que deben considerarse las variedades o formas
dialectales del castellano que usamos en Chiapas, atendiendo a nuestra rica
diversidad de regionalismos y a las características de nuestra habla
particular.
Pero volvamos a tu idea. A lo que llamas
“representaciones”: figuras e imágenes que sustituyen a la realidad. Mismas que
corresponderían a la comprensión intelectual de los idiomas y formas
dialectales, por una parte, y por otra, a las lenguas en tanto que instrumentos
de creación y recreación literaria, anticipación de acontecimientos, e
interrelación de contenidos diversos. De ahí que una línea importante de
reflexión, análisis e investigación esté en este hecho: en cómo a través del
lenguaje y de nuestra reiterada comunicación, forjamos identidad.
Sí. Identidad histórica, geográfica y sociocultural,
siempre referida a un espacio determinado. Y ahí está la cuestión… el verdadero
valor del ejercicio inveterado de la lengua.
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© Nuestras lenguas y tradiciones, elementos importantes de nuestra identidad cultural. Chiapa de corzo. Chiapas (2004). |
Pues, ¿No es cierto que, en el caso de Chiapas, su
sociedad, sus lenguas y sus culturas son depósitos y productos del bagaje
intelectual de las “antigüedades” mesoamericanas, del largo período colonial y
del lento proceso de mestización o hibridación cultural? Pues bien… emprendamos
su conocimiento. Manos a la obra. Vamos a estudiar y divulgar los saberes
asociados a la narrativa tradicional, por ejemplo. Los conocimientos
ancestrales que poseemos sobre la naturaleza, recursos y ciclos climatológicos.
La preparación de alimentos, bebidas y propiedades medicinales de hierbas y
plantas. Nuestras ideas y tratamientos asociados a los procesos de salud,
enfermedad y muerte. Las oraciones y ensalmos integrados a los rituales y
ceremonias curativas del chamanismo. Aunque también del curanderismo, nagualismo,
animismo y en fin.
Deberían estudiarse también, y todo en el contexto
de las representaciones idiomáticas del castellano en Chiapas: los mitos
ancestrales, cosmogónicos, cosmológicos, mágico-religiosos y de la vida real;
todos expresados a través de las leyendas y demás expresiones narrativas. Las
lenguas, morfología y fonética indígenas; el habla popular y los giros del
lenguaje a los que he hecho referencia; la lexicografía zonal de nuestras
regiones dialectales, los saberes sintetizados en el nombre asignado a los
objetos e instrumentos de uso cotidiano y a los sitios y puntos de referencia
(“toponimia”, rezan los diccionarios). Refranes, dichos y sentencias; chistes,
albures y otras expresiones festivas; canciones, rondas infantiles, adivinanzas
y trabalenguas; formas del lenguaje gestual y corporal; fórmulas de tratamiento
y cortesía...
Y ahí paro porque hasta flato da, mi querido Mario. Pues
son tantísimas nuestras necesidades y tan poco halagüeños los recursos que el
Estado destina a ellas… recursos de todo tipo ―incluso intelectuales―, que da
ganas de apretarles el pescuezo. Pero no a los intelectuales y estudiosos, sino
a los aprendices habituales que siempre desgobiernan.
Y ya me voy. Échale ganas a tus tres mil empresas mi
buen Mario y hasta pronto.
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