Hace más de dos años, en junio de 2020, sugerimos a algunos concordeños por esta vía, difundir, promover y organizar festejos cívicos y culturales ante la proximidad del CLXXV aniversario de la fundación de La Concordia, y la quincuagésima recordación anual del traslado del pueblo, igual que de la inundación del antiguo asentamiento. Prestaron atención sí, aunque nadie imaginó, hizo o inició nada.
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© Vieja vista del embalse y sus lanchas. La Concordia |
Pero, además, debido a que el pueblo y la mejor porción de sus tierras productivas fueron inundadas entre 1973 y 1974 por la presa hidroeléctrica La Angostura ―incluyendo caminos, carreteras, ejidos, fincas y propiedades; Ignacio Zaragoza, Niños Héroes, San Pedro, Ríoenmedio, El Ámbar, El Diamante, etcétera―, precisamente el mismo año habremos de recordar el Quincuagésimo Aniversario de la inundación de la ciudad y el traslado al nuevo asentamiento.
Dos eventos sin par que bien podrían servir de excusa y fundamento para revivir y divulgar estas historias. Aunque también podrían celebrarse: la guerra de Pajaritos y Gavilanes por la sede del gobierno estatal de 1911, la revolución de Mapaches y Carrancistas de 1914 a 1921, o el Destierro Cuxtepequense de 1918 a 1922.
Dos o cinco eventos conmemorativos que servirían para inmortalizar estas gestas cívico-políticas, promover e impulsar fervor patrio, civismo, ciudadanía y lealtad a la tierra; y por sobre todas las cosas: desarrollar quizás, o fortalecer a partir de esto, nuestra identidad sociocultural ―identidad geográfica, territorial e histórica―, mediante la organización de eventos que nos permitan recordar, rememorar, hurgar en la memoria individual y colectiva; regresar a los tiempos idos. Pensar y regresar en el ámbito de la memoria.
Por ejemplo, volver virtualmente a la sal y al salitre inundados, a los arroyos, al Limonar y al panteón viejo. A los nanchales y a las vegas, a nuestros ríos, a los puentes-hamacas, a Ríoenmedio y a Las Casitas. Al Zanjón, al cerro de la Bola y al de la Señorita, al cerrito de la Santa Cruz, a Iglesiepiedra y al Ojo de Agua. O a la Cueva del Chachalaquero, al Raspado y al antiguo bosque del Zapotal. A la carne salada, al cochinito, al patze y al lomo relleno. ¡Hmmm, rico! A la chanfaina, a la repulgada y demás pastelillos de fantasía; al africano y a la melcocha ―hoy probablemente desaparecidos―, a las carretas jaladas por bueyes, y a la Tishanila y al Güilanche. O a sus antiguas cuatro salas de cine, a la Casa del Pueblo y al viejo templo del Señor de las Misericordias.
Y todo esto debería emprenderse desde ahora, o desde ya, tras dos años y un mes de incuria. Organizar, organizarse, organizarnos. Planificar, proyectar, encontrar fuentes de financiamiento ―o formas de colaboración y cooperación―, para anunciar y poner en marcha, tantos festivales, concursos, certámenes, muestras y exposiciones como sean posibles. Difusión de fotografías, carteles y vídeo-documentales, por ejemplo; impresión de playeras, gorras, bolsas y morrales; edición y publicación de trípticos, folletos, lonas, espectaculares, cuadernos, libros.
Mil manifestaciones de arte, historia, tecnología, cultura, sensibilidad, e incluso espectáculo. Siempre que ello descarte engendros y basura; lo peor del Centro y Norte del país.
Festivales gastronómicos, serenatas, marimbeadas y bailes; concursos de papelotes y de alguna artesanía recién practicada; competencias de carretas acicaladas, burros y caballos. O bien, juegos infantiles, de adolescentes, jóvenes, adultos y viejos, entre los que se nos ocurre: encostalados, palo encebado, cuerdas de fuerza, cuerdas de brincar, canicas, trompo, tejo o avión, cuarteado y yoyo.
Aunque, igual estamos pensando en certámenes musicales; de canto, tríos y bailadores. Competencias de pesca, de tiro al blanco ―aunque sólo sea con rifles de diábolos―, de ciclismo, de natación en el embalse, y medios-maratones, e incluso justas de lanchas. Encuentros de box y lucha, cabalgatas, carreras de caballos y escaramuzas charras; concursos de carros alegóricos y naturalmente que también… los consabidos torneos de fútbol, básquet y voleibol.
Debemos pensar en muestras de ganado no convencional: de burros, mulas, chivos, caballos, borregos, cochis y guajolotes. Igual que en desfiles cívicos, e incluso militares; marchas o paseos de parachicos, antiguos “moros” y bandas musicales. Un concurso regional o estatal, por ejemplo, de chanfaina, o cochito horneado, o gallina de rancho rellena. O cotejos municipales de longevidad, belleza, producción y productividad. Y en fin que la lista de eventos sería inagotable, a la luz de la imaginación, la inteligencia y el ensueño de las y los organizadores.
Y claro que no deberíamos olvidar en todo ello, a nuestros vecinos de antaño, a los de antes de la pérfida inundación; invitarlos formalmente a estos festivales. A la gente de San Bartolo, Soyatitán, Pinola, Socoltenango, Tzimol, Chicomuselo, Comalapa, e incluso Comitán; además de ―naturalmente―, a nuestros casi coterráneos amigos jaltenanguenses, montecristeños, villaflorenses, villacorceños y del nuevo municipio de Parral.
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Pero entremos ahora a lo más importante o medular: a la organización de estas celebraciones históricas. Al ente que habría de pensar, planificar, organizar y especialmente vertebrar el posible conjunto de eventos bosquejados. Organización que bien podría recaer en las y los concordeños, quienes, desde hace tiempo, y desde adentro o afuera, actúan en bien de la ciudad y el municipio; desde la cultura, la civilidad, el altruismo y, sobre todo, desde nuestra identidad.
Estamos pensando en tipos éticamente solventes. En José Manuel Cristiani Abud (empresario, contralor e ingeniero), en José Antonio Zúñiga Ramos (profesor, consultor y activista), en Porfirio Guzmán de Aquino (profesor, administrador y político), en Susana Arrazola Coutiño (empresaria, médica y activista), en Pedro Ramírez Álvarez (arquitecto, funcionario y constructor), en Derly Ariel Coutiño Castillo (administrador, consultor y empresario), en Ariadne Cholac Coutiño (administradora y empresaria exitosa), en Miguel Ángel Eduardo Cruz Coutiño (odontólogo y empresario ejemplar), y en Alba Soto Arrazola (contadora y ejecutiva experta).
Necesariamente siete o nueve emprendedores, número impar, para que de tal modo no empaten al integrar el ente al que hacemos referencia; una especie de Junta Municipal avocada a la celebración de nuestra memoria y eventos históricos que se expresan.
E instituir, asimismo, detrás de ella y como respaldo a la Mesa Directiva, un Consejo Consultivo igualmente integrado por personajes notables, honorables e inteligentes: Ramiro Romeo Ruiz Espinosa (profesor, escritor y activista), Víctor Manuel Gómez Torres (veterinario, expresidente municipal, fruticultor y ganadero), Jorge Barragán Coutiño (veterinario, ganadero y activista), Romeo Luciano Cruz Castro (profesor, activista y consultor), la prestigiada China, Jásina Guerrero Ruiz (activista, modista y comerciante), Romeo Guillén Albores (ingeniero, empresario y constructor), Romeo Gómez González (activista y exitoso empresario), y alguien más, ejidatario; del talante y porciones del recientemente fallecido Memo, Guillermo Ruiz Pinto.
Órgano igualmente integrado por siete o nueve miembros, número impar, por la razón enunciada arriba.
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Y bien, amigas, amigos, vamos parando esta intervención, salvo porque debe expresarse y quedar claro, que el tamaño de estas empresas, y más en el caso de cultura, identidad, civismo y ciudadanía… estas faenas implican o requieren de la coadyuvancia, de la colaboración y de la cooperación de todos. De modo que en su momento habría de incorporarse la participación del propio Ayuntamiento en la figura del edil y regidores, por incómodos que parezcan a la luz de esta perspectiva civilista. Igual que la de todas las corporaciones sociales existentes en el municipio.
Nos estamos refiriendo a agricultores, ganaderos, pescadores, rancheros, cafeticultores, comerciantes, empresarios, transportistas, artesanos, constructores y prestadores de servicios. A médicos, deportistas e intelectuales todos; a docentes y escuelas, a religiosos y templos, y muy en especial a nuestros emigrantes y transterrados, establecidos en Tuxtla, San Cristóbal, Chiapas, el país, Estados Unidos, Canadá y el mundo. Quienes podrían remitir sus cooperaciones a la cuenta bancaria que se establezca.
Naturalmente que todo esto implica, definir un Programa de trabajo, y dentro de él su propósito u objetivos, estrategias, actividades, responsables y, sobre todo, la integración de comisiones.
Y si para concretar las tareas que esta Junta Municipal se imponga, fuese necesario recurrir al Ejecutivo estatal, al Congreso del estado, o a los diputados federales y senadores por Chiapas… pues tendrán los comisionados que visitarlos y hacer antesala, y hacer gestiones y trámites. Y buscar por todos los medios, los dineros y recursos que hagan falta. Vengan de donde tengan que provenir, salvo dinero chueco, sucio, ilegal y mal habido.
Para procurar siempre, recursos limpios, lícitos y transparentes, y para enseñar con el ejemplo; con autoridad, ética y amén.
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