Para vos arquitecto Carlos Alberto.
Por fin, tras cuarenta y nueve años, visito nuevamente los restos de la antigua finca El Burrero en el municipio de Ixtapa, antigua propiedad de los Utrilla, familia sancristobalense. Nos referimos a la localidad que desde mediados de los años treinta del siglo pasado, se convierte en el ejido Francisco R. Serrano, misma que conocimos a mediados de diciembre de 1973 como parte de nuestra formación básica, en el recién fundado Seminario de la Diócesis de Tuxtla.
Dando tumbos, recuerdo, llegamos los seminaristas, junto con el padre rector Rafael Martínez Cano y su hermana inseparable; el guía espiritual padre José León Morgado, y la madre Juanita y su joven ayudante, quienes preparaban los alimentos. Íbamos a una especie de estancia misionera y de relax, con misas diarias para nuestra pequeña comunidad y para los parroquianos. Con caminatas hacia las montañas, catecismo para los niños, proyector de diapositivas, discos de música popular y sacra, y un viejo amplificador.
Fuimos a dar a las instalaciones dispersas y en estado de abandono de una granja ganadera, avícola, apícola y de peces, que quizás diez o quince años antes había sido establecida por el gobierno, para intentar la transformación social y productiva de la gente.
Seminario y primeros viajes
Supongo que llevábamos, además de la “perrera” —una vieja furgoneta recién acondicionada con pintura, bancas y tapicería—, el volcho del padre Rafa y un camioncito de mudanzas con nuestro equipaje y provisiones. Nos establecimos ahí durante diez días y, naturalmente que llevábamos todo: sábanas, cobijas para el frío, almohadas, mochilas, cantimploras y hasta nuestra mascota.
Yo ya conocía Ixtapa, pero desde ahí supe de su mina salinera y de su blanca sal artesanal. Descubrimos el antiguo campo de aviación y el río Lajas, seguimos el curso del río por la encañada, y vimos de paso la “casa de máquinas” de la planta eléctrica aún en funcionamiento: segunda o tercera hidroeléctrica de Chiapas, según supimos después, misma que abastecía a San Cristóbal. Atravesamos el río, subimos al altiplano y llegamos por fin a los restos de la finca. Nunca antes me imaginé volver al lugar, salvo cuando en una ocasión sugerí al buen Florentino Pérez, hiciéramos el viaje, y cuando en los años noventa, en familia, llegamos hasta la planta eléctrica, aunque más abajo retozamos en las pozas, nos bañamos y comimos. César Antonio apenas tenía ocho o nueve años.
Y bien, estoy ahora sólo con mi Fiat, tras la reciente experiencia de atravesar parte de los Altos desde Tuxtla, por Bochil y San Juan Chamula. Para volver de nuevo a casa a través de Zinacantán e Ixtapa. Me he animado a hacer de nuevo el recorrido, aunque no sólo al Burrero, sino reconocer la antigua primera carretera formal que comunicó a Tuxtla Gutiérrez con San Cristóbal. La del río Grijalva, Chiapa, el mirador del Escopetazo, Ixtapa, la finca El Burrero precisamente, varias localidades de Zinacantán, una parte de Chamula, y el barrio de San Ramón en San Cristóbal.
Aunque recordemos: la antigua carretera que venía de Tuxtla, tras franquear San Ramón y el famosísimo Puente Blanco ―una de las tres entradas forzosas de San Cristóbal―, continuaba por la calle Diego de Mazariegos hasta la plaza central. Luego enrumbaba hacia el Sur, avenida Insurgentes de por medio, seguía al aeropuerto de la ciudad, al barrio de María Auxiliadora y de ahí hacia la montaña, rumbo de Teopisca, Amatenango del Valle y Comitán.
Sal, Ixtapa y antigüedades
Pero iniciamos el viaje en Ixtapa y en primer lugar en su salina, aunque más precisamente en el río de la Salina o “Ixtapan” en náhuatl, asiento geográfico y nombre original de este pueblo tzotzil. Yendo por su avenida principal tomamos hacia el Suroriente, la calle antigua que desde siempre lleva hacia abajo; hacia el río y a los hornos de las únicas dos familias en donde aún se procesa la sal.
Antes, en el camino —imposible llegar en auto hasta el sitio, debido a las curvas empinadas y a la grava suelta—, converso con don Antonio García Sánchez, antiguo salinero, quien me pone en antecedentes. Me explica apenas la técnica antiquísima de la deshidratación del agua salina. Dice que el nombre tzotzil primigenio de Ixtapa fue Nivac, lo que significa “punta de hueso”, probablemente alguna arma precolombina, aunque no logra desentrañar su etimología. Le digo que es más probable que su nombre haya sido “río de sal” aunque en tzotzil, pues el imperio mexica, antes de los españoles, renombra en voz náhuatl todos los pueblos del área bajo su influencia.
Desde la parte alta del embudo orográfico en donde se encuentra el venero principal de la salina, junto al río, nos ofrece don Antonio, evidencia gráfica de cómo ahí se inicia el asentamiento; la antigua terraza en donde originalmente se establece el pueblo. Nos explica que, de acuerdo con la tradición oral, luego del dominio de los españoles, el caserío a fuerzas es trasladado hacia los llanos, hacia la zona alta. Que, desde esos tiempos, la mayor parte de la blanca sal es transportada y distribuida por chamulas y zinacantecos; en sus pueblos y en San Cristóbal, y en todo ello ambos estamos de acuerdo.
Llego entonces hasta el riachuelo, y descubro los diversos veneros de agua salina junto al lecho. Restos de las antiguas pailas metálicas que hasta la fecha se adosan a los hornos de leña, artilugios con que se deshidrata la sal. Ubico más adelante la “madre”: el venero salino más importante sobre una roca junto al río, y más allá, del otro lado, el manantial o fuente de agua dulce más a propósito. Ahí, uno de los salineros nos explica la extracción del agua salada: un cubo atado al extremo de una vara de bambú —antes de ustate u otate de la tierra— se introduce al fondo del manantial, se colma y se extrae.
Con el agua salina se llenan sendas cubetas. Con una especie de mecapal, un cargador joven las lleva a los hornos —distantes cien metros—, y finalmente ahí, junto a las pailas, el agua se almacena, en donde espera el turno de su trasvase y ebullición.
Nada ha cambiado en el proceso de deshidratación y endurecimiento de la sal desde tiempos prehispánicos, es evidente. Salvo los sartenes metálicos y de madera actuales, en vez de los antiguos apastes o vasijas extendidas de barro. Seguramente cántaros fueron usados en un principio, para sacar y transportar el agua, igual que después utilizaron “galones” de hojalata y ahora cubos de plástico. Como antes, hoy usan leña abundante en los hornos, antiquísimos, igual que el barro y las piedras del río con que se fabrican.
Cuando en los años setenta, por primera vez vi los “panes” o “pantes” de sal absolutamente blanca en los mercados de Zinacantán, Chamula y San Cristóbal, no lograba imaginar la forma de su elaboración. Sobre todo, por venir nosotros de La Concordia, y conocer de allá, los modos del beneficio de la “sal colorada” y el salitre. Productos con que se abastecía a los pueblos de Chiapas y una parte de Guatemala. Ahora observo cómo los bloques sólidos de sal, van marcados por una especie de petate; ello debido al pequeño recipiente o molde de palma con que se modelan y secan.
Procedimiento antiquísimo, a decir del salinero don Antonio, quien asevera que desde siempre y hasta hoy, “los pantes o pantecitos de sal les llamamos benequén en tzotzil, así su nombre, [mientras que] los moldes de palma los hacen como desde siempre, aquí [en Ixtapa], en Soyaló y en El Palmar, municipio de Chiapa”. Igual que agrega: “en los años setenta trabajaron hasta treinta y cinco familias en la salina, aunque ahora ya… sólo dos familias quedan”.
Pero el viaje continúa. Regresamos ahora por la vereda empinada, topamos con un pequeño patacho de burros descargados, y volvemos a Ixtapa. A recordar su plaza y al poniente el Ayuntamiento, frente a él la ceiba ancestral, la de casi todos los pueblos de Chiapas, y sigue en su sitio, hacia el oriente, el templo de la virgen de la Asunción, el de la fachada y su placa histórica:
ESTA SA[NTA] OBRA FUE TRABAJADA POR LA DIVINA GRACIA Y POR LA HUMILDE APLICACIÓN DE MARIANO ROSALES,
REGENTEADA POR EL SEÑOR P[ADRE]
D[ON] NICANOR GUTIÉRREZ Y EL SEÑOR P[ADRE]
D[ON] VICENTE MORALES. 1870.
Río Lajas y El Burrero
Seguimos por la carretera antigua, y reconocemos el barrio Tierra Bonita, aunque muy pronto atravesamos el puente del río Lajas, torciendo a la derecha de manera abrupta. Continúa la corriente hacia arriba, igual que nosotros; siempre bordeando la montaña del lado izquierdo. Hermosos destacan sus blancos liquidámbares enhiestos; también sus robles y añosos sabinos. Menudean sus pozas y cascadas, sus cortos remansos y pequeños arenales, aunque desafortunadamente sobre la montaña son notorios los árboles derribados y la deforestación rampante. Basura, insensibilidad, e incluso escombros abundan entre la carretera y el río, producto de los animales transeúntes y bañistas.
Sigue en pie más adelante, la hermosa y afamada Casa de Máquinas arriba referida, hoy suspendida en su funcionamiento, en total abandono y quizás saqueada. Y más allá, aún sobre el bosque de galería, la desviación de la derecha y el moderno puente de fierro; señas que marcan la pendiente que conduce al actual ejido Francisco R. Serrano, antes hacienda y luego finca El Burrero. De cuyo esplendor sólo queda el cascarón de la planta eléctrica, los restos arquitectónicos de una antigua molienda de caña, movida igualmente por las veloces aguas del río, lo mismo que los remates viejos de una cruz atrial.
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Antigua finca "El Burrero". Ixtapa (2020). |
Pero llegamos finalmente al pueblo. Veo y recuerdo la entrada, las piedras alineadas de la vera del camino y aún algunas casas antiguas, construidas de bajaré y adobes. Late algo más resuelto mi corazón, aspiro fuerte y… sin proponérmelo, se hinchan mis pulmones mientras al fondo reconozco el templo; a la derecha el viejo ceibo o pochota, según como se conoce en los diversos pueblos a la ceiba. Y ahora recuerdo cómo en 1973, debajo del árbol central, persistía solitaria, la cárcel del ejido, hoy desaparecida: muros de adobes, techo de teja y reja de gruesos barrotes de madera, quizás herencia de la antigua finca.
Paro y descanso debajo de la ceiba. Sigue en su lugar tras tantos años, la Plumeria rubra de hermosas flores rosadas, e igualmente la alta explanada del templo, aunque a la derecha sólo un par de vestigios de la casa grande. Saludo a quienes se acercan, guardo silencio ante mi evocación, e igual a nadie convido ante el espejo de mi memoria y este esfuerzo de recordación.
A pesar del pavimento de la calle, pronto repaso el camino que de la iglesia nos lleva, durante aquella estadía misional, a la granja, almacenes, establos, corrales y al pastizal de junto, hoy inexistentes. Continúo la excursión, y reconozco el horizonte: las dos casas que a la izquierda sirvieron de cocina, comedor y habitaciones para nuestros mayores; los cobertizos formales aún en pie aunque algo derruidos; las pipas de agua y melaza ahora apenas distinguibles, y en su sitio la casa del extremo suroeste —a donde se acondiciona el dormitorio de los seminaristas—, ahora convertida en la quinta de algún ejidatario influyente.
Vuelvo del recorrido, y ahora me detengo en otra aberración: frente a la iglesia y tras la plaza de por medio, aquí y en la mayor parte de los pueblos indios, durante la administración del gobernador Castellanos se construyen Agencias Municipales y salas grandes para algún “Consejo Indígena” inexistente, todas homogéneas. En ningún lado fueron funcionales, nunca les dieron mantenimiento, y hoy se encuentran arruinadas o inservibles, igual como se ven aquí y ahora.
Chayotales de Tierra Colorada
Desando el camino entonces, encuentro el paraje Nuevo Edén, ya estoy de nuevo sobre la vieja carretera a Jovel, la de las tierras altas, y el propio río Lajas continúa hacia arriba con sus característicos liquidámbares. Aunque ahora alejado del camino, mientras la ribera se ensancha, se extienden las áreas de cultivo y ya aparecen los primeros chayotales, las extensas plantaciones de esta verdura excelsa. Más allá y más arriba aparece Tzojlum, dentro de una fracción del municipio de San Juan Chamula, en donde a pesar de la persistencia de la lengua tzotzil, ya nadie le llama así, sino Tierra Colorada, su traducción al español.
Conforme avanzamos, los chayotales se convierten en plantaciones de granadilla y huertas y hortalizas de coles, repollos, coliflores, ejotes, cebollas, lechugas, bledos y quién sabe cuánta cosa. Avanzamos y varios caseríos nos indican que ya estamos en el municipio de Zinacantán. Áreas agrícolas de Saklum, el paraje extenso cuyo nombre significa “tierra blanca”, lo que sirve para diferenciar la calidad de sus suelos, pues atrás y abajo, efectivamente, las tierras son coloradas o bermejas.
Transitan más que automóviles, motocicletas varias, pequeños camiones y camionetas. El paisaje a ambos lados de la carretera se resuelve mediante lomeríos, pliegues y encañadas someras. Y sobre ellas, gran cantidad de invernaderos y toldos plásticos, aunque de cuando en cuando se observan pequeños roblares y macizos de coníferas. Bosques en donde distinguimos pinos diferentes, cipreses y madroños, igual que encinos diversos: tulán, chiquinib y batsi’té. Aunque insisto: estos son la excepción, verdad de Dios.
Desafortunadamente la mayor parte del paisaje está cubierto de casas, pabellones plásticos, deforestación, basura abundante y escurrimientos líquidos pestilentes. También con tubos, cañerías, mangueras y ductos que conducen el agua escasa de los incipientes bosques. Tuberías que siguen la orilla de la carretera o la atraviesan por arriba cuando las mangueras descienden. Un anuncio a mitad del camino me despabila:
INICIA TRAMOS SAKLUM TIERRA BLANCA. VELOCIDAD MÁXIMA 40 KILÓMETROS POR HORA.
POR ACUERDO DE LA COMUNIDAD, EXCESO DE VELOCIDAD
Y ESTADO DE EBRIEDAD SERÁN SANCIONADOS.
VEHÍCULOS POR EXCESO $500.00, CONDUCTORES EBRIOS $1000.00,
MOTOCICLETAS POR EXCESO $300.00, MOTOCICLISTAS EBRIOS $600.00,
BICICLETAS POR EXCESO $100.00, CICILISTAS EBRIOS $200.00
Y POR TIRAR BASURA $1000.00.
Resabios de la antigua carretera
Llegamos a algún sitio y ahí reconocemos la localidad Pinar Salinas, hasta hace algún tiempo llamada “La Salinita”, por la existencia aquí de un antiguo y pequeño venero salino; aunque también por su comparación con la Salina de Ixtapa. Desde acá las hortalizas y sembradíos de legumbres van transformándose en invernaderos florales; floricultura formal y en ascenso, igual que el camino de tierra que seguimos: la antigua carretera que viene de Tuxtla y lleva a San Cristóbal, punto desde donde su trazo se vuelve intrincado. Con cerros y montañas cortadas a tajo, escasos terraplenes, barrancos y despeñaderos profundos.
Y repaso ahora las curvas y graves descensos de las montañas de la Sepultura ¿Recuerdan?, las de la vieja carretera que aún conduce de Cintalapa a Arriaga; con la diferencia de que aquella era pavimentada mientras ésta de pura tierra y cascajo.
Con dificultad logran verse los mil colores de las flores escondidas por los toldos lúcidos, pero ya las distinguimos amarillas, rosadas, guindas, blancas y encarnadas. Y hasta algún rosal extenso, nunca antes imaginado. Aunque luego de esta subida prolongada, nuevamente encontramos ranchos, comercios formales y viviendas, como si estuviésemos en las goteras de alguna ciudad.
No hay anuncios ni advertencias acerca de dónde estamos. El ambiente es polvoriento y sucio, es medio día y el sol cae a plomo. Aunque muy pronto, paro al de una moto sobre el camino, le pregunto y él informa: “Sí, cierto, don. Todo aquí es tu Nueva Concepción, y más delante Zinacántan”. Zinacántan sí, igual como pronuncian los propios coletos de San Cristóbal. No Zinacantán como decimos en la tierra caliente.
Siguen los anuncios que pretenden frenar la deforestación, la suciedad junto al camino y sobre las calles, aunque ello parece labor imposible o al menos colosal. Algo más adelante la carretera se transforma: hay pavimento y resurge la señalización. Vuelven los acahuales y sotobosques, y más allá, hacia las partes altas de la montaña reaparecen pinabetales y pequeñas manchas de robles. Avanzamos y de pronto el camino se llena de bullicio y tráfico…
¡Bienvenidos a Zinacantán!
estalla un letrero multicolor inmenso. Siguen negocios, fondas y almacenes agropecuarios, y al fondo al frente, observo la fachada renacentista del templo de San Lorenzo Mártir, advocación de los mayas tsotsiles del municipio; patrono de los “shinas” o “chinacos”, alias con que son conocidos los zinacantecos por la gente de San Cristóbal.
Al lado derecho, dentro de la plataforma y el atrio, sigue en su sitio la capilla del cristo negro Señor de Esquipulas, igual que más adelante y hacia el noreste, recién restituida se observa la iglesia de San Sebastián. Continuamos hacia el nororiente, más o menos con el mismo paisaje, hasta que la vieja carretera se bifurca hacia San Juan Chamula, flanco izquierdo, y rumbo a San Cristóbal, giro a la derecha.
Ahora, por entre pequeñas fincas, áreas de cultivo y arboledas de pino, bajamos a San Cristóbal.
Aparecen los parajes Ichintón y Las Peras, el barrio de La Quinta y San Martín, el museo Jtatik Samuel, o del señor obispo don Samuel Ruiz García y… ya estamos en la antigua Jovel; al borde del viejo valle de Hueyzacatlán, en donde concluimos el viaje. No sin antes pensar un momento en el recorrido, establecer alguna síntesis-conclusión, y elaborar alguna propuesta… Como para otear expectativas y acariciar algún sueño, ante la posible restitución de esta antigua carretera.
Ideas para el porvenir
Concluyamos en que, fue en verdad una osadía, proeza de Chiapas, construir este camino a finales del siglo XIX y ampliarlo entre 1910 y 1920; para las carretas tiradas por bueyes, carruajes y primeros autos y camiones. Obra que se alza con incipientes instrucciones de ingeniería; con tan sólo picos, palas, carretillas, barrenos y pólvora quizás. Que su trazo, sus pasos, cuestas y reducidas explanadas hicieron de ella una carretera panorámica, provista de miradores naturales cuyos paisajes pordios que serían de antología.
Y que la carretera aligera la comunicación de Tuxtla Gutiérrez y San Cristóbal, potencia económicamente estas ciudades, e igual a los municipios de Chiapa, Ixtapa, San Juan Chamula y Zinacantán.
La vía muestra por primera vez a México y al mundo, una parte de Los Altos. Aunque, desafortunadamente, hoy también exhibe el grave deterioro de sus recursos naturales: montañas, bosques, agua y suelos destruidos; debido a su saturación demográfica y en consecuencia: deforestación, incendios, basura y contaminación.
Ahora lo que queda, en términos de desarrollo económico, social y humano, y en cuanto a promoción de los recursos naturales, es intentar desde el Estado y desde la sociedad, restituir esta antigua primera vía de comunicación formal entre las ciudades más importantes de Chiapas. Transformar la carretera en una especie de escuela viva. Para la reorientación o regeneración de la sociedad: profesores, estudiantes, niños, jóvenes, obreros, campesinos, adultos, ancianos y naturalmente que… también turistas.
Reinventarla como el Primero o como el Antiguo Camino Tuxtla-Sxbal, o como la Antigua Vía Panorámica Tuxtla-Sxbal, e inmediatamente proveerla de limpieza, reforestación, rehabilitación —aunque no ampliación—, embellecimiento de sus puentes y caídas de agua, construcción de paraderos y miradores, toldos y servicios sanitarios. Y como parte de ello, proceder a su señalización propiamente carretera, aunque también histórica, geográfica y ambiental.
Proceder a la señalización de sus servicios turísticos, y a la fundación de poquito a poco, de contados y hermosos restaurantes y cafeterías.
Debemos ya, pensar y actuar como adultos y gente instruida; como hacen en otras partes: en Noruega, Dinamarca, Suecia y Finlandia, o en Norteamérica, Europa y el mundo; esos pueblos y naciones generosas que ya inician su transformación ecológica y humana.
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